Charles Raymond Barnes,
mártir de la Iglesia Episcopal

Charles Raymond Barnes, <BR>mártir de la Iglesia Episcopal

POR HÉCTOR MELO P. 
A principios del próximo mes de octubre, se cumplirán sesenta y siete años, de lo que la historia dominicana ha denominado “La masacre de 1937”, es decir, el asesinato en masa de una cantidad de nacionales de la vecina República de Haití, que algunos autores cifran en 12,000 como mínimo y otros en 30,000 como máximo.

No están claros en la historia, las motivaciones que tuvo Trujillo para ordenar este genocidio. Los estudiosos de las crónicas de aquellos días se hallan divididos. Algunos atribuyen el crimen a la ejecución de una operación militar llevada a cabo con precisión cronométrica, ; mientras que otros llegan hasta el extremo de atribuirlo a una orden dada por Trujillo bajo los efectos del alcohol.

No tenemos la capacidad ni los conocimientos necesarios; como tampoco es nuestra intención entrar en los motivos, implicaciones políticas e históricas, etc., que la matanza de haitianos realizada en 1937 tuvo en el régimen de Trujillo. La única motivación del presente escrito es dar a conocer a las nuevas generaciones la actuación que ante el hecho consumado tuvo un ministro de la Iglesia Episcopal, actuación que le costo la vida.

En 1937, año de la matanza, al frente de la congregación de la Iglesia de la Epifanía se hallaba el Rvdo. Charles R. Barnes, hombre ecuánime y virtuoso. Reverendo de una dulce mansedumbre y de una transparente bondad, el ilustre religioso gozaba de la universal estimación del pueblo dominicano. Para todos él era un idóneo representante de la doctrina del cristianismo.

Tomando como marco de referencia todo lo expresado en el párrafo anterior, no debe resultar extraño que el padre Barnes denunciara, desde el púlpito de su congregación y diera a conocer en el exterior por medio de cartas, lo acontecido en la República Dominicana. Naturalmente, todo llegó a oídos del dictador.

Dos versiones hay acerca de la muerte del padre Barnes. Una de ellas dice que fue sacado de su casa, localizada en los terrenos de la Iglesia y llevado ante la presencia de Trujillo en la Hacienda Fundación, donde fue asesinado y su cadáver regresado a su hogar. La otra versión expresa que fue asesinado en su casa.

Como era de esperarse, tan horrendo crimen originó la solicitud de explicaciones al régimen, por parte de la representación diplomática norteamericana.

Las explicaciones no fueron dadas, todo lo contrario. El padre Barnes había sido eliminado físicamente; Ahora el tirano se había propuesto eliminarlo moralmente. El gobierno abrió una “investigación” que dio por resultado el apresamiento de un sujeto, el cual confesó haber dado muerte al padre Barnes porque había sido objeto de requerimientos amorosos por parte de él.

El Doctor George A. Lockward en su libro “El protestantismo en Dominicana” página 326, al relatar la entrevista del acusado del crimen con su abogado defensor Dr. Noel Henríquez expresa lo siguiente: “ La entrevista fue rápida y decisiva. El procesado, con una sonrisa de irresponsable oligofrénico, se expreso de este modo: Bueno, como usted es mi abogado debe saber la verdad……. la verdad como usted debe saberla, es que yo no he matado a nadie. Que me dieron $500.00. Mire, aquí me quedan $400.00 porque le mandé $100.00 a mi mamá y me prometieron engancharme al ejército con el rango de sargento si me declaraba autor de la muerte del reverendo”.

Otro abogado tomó el caso

El juicio fue llevado a cabo y el supuesto autor del crimen recibió la sentencia de varios años de trabajo forzado, pero al poco tiempo estaba en libertad. Esto dio lugar a nuevos comentarios, que el público hacía en la intimidad. Cansado ya de lo prolongado que se estaba poniendo el caso del padre Barnes, Trujillo se decidió a poner punto final al asunto y la solución fue la desaparición de todo rastro. Tanto los verdaderos autores, como el supuesto asesino, fueron eliminados.

La tumba del padre Barnes está en la parte frontal del altar de la Iglesia Episcopal de la Epifanía en la Av. Independencia. Como expresáramos al principio de este relato, nuestra única motivación es la de que las nuevas generaciones conozcan que en el pasado, en plena época de Trujillo, una voz se alzó, denunciando al mundo, la masacre de seres humanos y que su denuncia le costo derramar su sangre.

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