La alta difusión y penetración de las tecnologías de comunicación multimedios y multidireccional, junto a la instauración del mercado inter globalizado, ha permitido que todos nos enteremos de las expectativas y las frustraciones de casi todos nuestros congéneres.
Desde hace años hemos estado cuestionando las bases de ciertos componentes del orgullo nacional dominicano; y a amigos chilenos les he preguntado reiteradamente, cuáles son las cosas por las cuales se sienten orgullosos de ser chilenos. Sus respuestas han sido: El sistema institucional, el respeto a las leyes, la educación y civismo de las gentes. Rara vez mencionaron a un jugador de fútbol, un cantante popular, el folklore, un paisaje andino o antártico.
La situación actual, que es aparentemente una negación de gran parte de esos valores, obliga a preguntarse qué ha ocurrido allí. Y qué podría esperarse de países como el nuestro que jamás han exhibido un tan alto grado de civismo.
Al decir de los expertos y los informes económicos, Chile tiene unos niveles de calidad de vida muy superiores a los nuestros. Por lo cual, el nivel de intercambio de información es muchísimo más elevado que en nuestro caso, y consecuentemente, tienen un mayor poder de inter estimulación y de convocatoria.
Mientras la dominicana es una sociedad con el mayor coeficiente de mestizaje, donde el concepto de clase social es mayormente un referente económico, y ser del “Country”, por ejemplo, es básicamente cuestión de nivel de ingresos y ciertas relaciones sociales; en Chile, las clases, y sobre todo el sentimiento de clase, es más notorio, aunque relativamente difuso. Las llamadas élites tienen componentes hereditarios y raciales bastante diferenciados, que suelen operar como obstáculos o como factores de discriminación social, afectando algunos mecanismos de movilidad vertical ascendente. “Pitucos”, “Pepe-patos” y “siúticos” son términos que las clases medias y el pueblo utilizan para caricaturizar formas afectadas de conducta, especialmente de niveles medios trepadores, atrapados en el juego de simulación social.
En Dominicana, el mulataje, la consanguinidad y la herencia étnica permean toda la escala social; aunque predominan determinadas preferencias y estereotipos étnicos, casi nadie siquiera bromea sobre estas, ni dentro de sus esferas intimas.
Los chilenos suelen valorar negativamente la herencia indígena (menos que países vecinos). Lo que condiciona determinados criterios de status social y afecta otras valoraciones respecto al posicionamiento social y político.
Los chilenos han mantenido bajo inhibición esas conductas de preferencias y valoraciones de clase bajo el entendido de que respecto a su democracia, civismo y desarrollo económico, estas valoraciones no serían verdaderos factores de desigual distribución de los beneficios fundamentales del sistema.
A diferencia de otros países de la región, los chilenos, desde hace muchos años, se sienten a sí mismos como verdaderos miembros del Estado, contribuyentes cuidadosos y puntuales, con acceso efectivo a todos los derechos fundamentales, independientemente del nivel socio económico, e incluso, en buena medida, de su nivel de instrucción-educación.
Llegar, de repente, a la convicción de que todo sería mayormente una farsa socio-política, puede resultar de gran peligro para todos.