Teóricos actuales, refiriéndose a las condiciones psicosociales que favorecen los cambios sociales, postulan la hipótesis de que las revueltas sociales tienden a producirse: a) Cuando tras un prolongado período de mejoras, las cosas empiezan a ir mal; b) Cuando tras un prolongado período de deterioro, las cosas empiezan a mejorar. En esos momentos suelen dispararse los temores o las expectativas, ambos con un potencial de subversión considerable. En ambos casos, se trata de los que otros teóricos llamaron “condiciones subjetivas”.
Pero hay factores de mayor peso causal, como la estructura de distribución del poder (condiciones objetivas, las llamaron). Incluyen la influencia de factores externos de poder e injerencia en la resolución de los conflictos sociales de un país. Y factores de comunicación y capacidad de movilización, como las redes sociales; “concisiones técnicas” favorables a la movilización social.
Más de medio siglo atrás, Chile estaba, espacial y comunicacionalmente, demasiado distante de sus referentes europeos; se acostumbraron a considerarse a sí mismos “los ingleses de América morena”; claramente distintos a hispanoamericanos de otras latitudes.
Antes de los sucesos de 1973, un golpe de estado era considerado una “tropicalada”, algo imposible en Chile. Manolo Nova, amigo y condiscípulo dominicano, cuando pasábamos frente al Palacio de la Moneda, sede del Gobierno, observando los cambios de guardia, repetía siempre: “No tengo duda de que estos militares son fascistas”; como se vio después.
Varios mitos de la democracia chilena fueron cayendo; como también se fortaleció la idea de que ellos serían primeros en alcanzar el desarrollo en la región. El capitalismo mundial, y las barreras internas y externas a la incorporación eficiente de las masas laborales a los procesos modernos de producción, mostraron determinados obstáculos para tal promesa.
Las redes de comunicación (condiciones técnicas) han ido mostrando insuficiencias del sistema internacional, del propio Estado chileno, de sus élites empresariales y de sus gobernantes. Haciéndose evidente que ni las fantasías del comunismo, ni las engañosas promesas del consumismo podrían llegarles a las masas, a menos que no ocurriesen grandes transformaciones previas en su sociedad y nación.
Con bastante diferencia respecto a Chile, desde los orígenes, los dominicanos tienden a ser depredadores del patrimonio común y de la propiedad pública; asaltantes del Estado a través de la actividad política; llegando el ciudadano común a considerar al Estado como algo ajeno, extraño, y como un patrimonio de élites y de gobernantes de turno; con la providencial atenuante de que, en RD, ha habido especies de circulación de las tales élites, beneficiando circunstancialmente a grupos regionales y facciones caudillistas que en numerosas guerrillas y golpes de estado han cambiado por lo menos la cara y las referencias familiares, clasistas y raciales de los protagonistas; con su consecuente movilidad social vertical ascendente que minimiza los potenciales conflictos de raza, clase y región.
De estos factores, paradójicamente, dimana un considerable nivel de pesimismo e inmovilismo social. Y al mismo tiempo, un alto grado de individualismo; que han propiciado un contubernio generalizado sin ningún riesgo importante, y ni siquiera una denuncia pública responsable y consistente.