China en el ajedrez  político mundial

<p>China en el ajedrez  político mundial</p>

FABIO RAFAEL FIALLO
Las aspiraciones nucleares de Irán y Corea del Norte tienen a decir verdad pocos rasgos en común. Mientras Irán es un país repleto de petróleo, Corea del Norte se encuentra al borde del colapso económico y social. Mientras Irán está rodeado por naciones que no le hacen mella en términos de poderío, a Corea del Norte lo circundan gigantes como China, Rusia y Japón. Pero allende esas diferencias, las intenciones de aquellos dos países de dotarse de la bomba atómica producen un resultado común: brindarle a China la ocasión de reforzar su posición en el ajedrez político mundial. Me explico.

China, al igual que Estados Unidos y las potencias regionales del Extremo Oriente, no tiene ningún interés en que Corea del Norte obtenga la bomba atómica, y esto por una doble razón. Primero: el poseer el arma nuclear conferiría a Corea del Norte un grado de emancipación política del que China no tendría nada que ganar. Segundo: la posesión de la bomba atómica por parte de Corea del Norte empujaría a Japón y Corea del Sur a procurarse dicha bomba ellos también, lo que diluiría el peso geopolítico relativo de China y provocaría tensiones regionales perjudiciales a su expansión económica y comercial.

Más importante aún: además de no tener interés en que Corea del Norte prosiga su programa nuclear, China posee medios para evitarlo. Los vínculos comerciales con China son indispensables para la supervivencia económica del régimen norcoreano, lo que coloca a Pekín en condiciones de influir en la orientación de dicho régimen, por ejemplo aupando a los sectores que dentro del mismo estarían dispuestos a abandonar, o al menos postergar, los planes nucleares a cambio de ayuda económica y de reconocimiento internacional.

En cuanto a Irán, la modificación de la correlación de fuerzas que implicaría la posesión de la bomba por parte de ese país es motivo de inquietud tanto para Estados Unidos y otras potencias occidentales como para varios países de la región.

Se inquietan Arabia Saudita, Egipto y Turquía, de ver así reforzado un régimen con el que tienen rivalidades ostensibles.

Se inquieta sobre todo Israel, a causa de los llamamientos repetidos del presidente iraní a borrar del mapa a ese país.

Estados Unidos se encuentra a la cabeza de los países que tratan de cerrarle el paso al programa iraní. Pero, ¿cómo impedirlo? ¿Por medio de sanciones diplomáticas y financieras?

No: las divisiones existentes entre grandes potencias a este respecto muestran que las sanciones que podrían tomarse contra Irán tendrían un alcance limitado y no lograrían persuadir a Teherán de abandonar su programa nuclear. Entonces, ¿la opción militar? Tampoco: los efectos contraproducentes obtenidos por Estados Unidos en Irak, y por Israel en el Líbano, han puesto al desnudo los límites de la vía militar en el contexto medio-oriental. Una operación militar no lograría sino retardar las aspiraciones nucleares de Irán y crearía por añadidura una coyuntura caótica, de consecuencias imprevisibles, en un Medio Oriente ya al borde de la explosión.

No por ello, sin embargo, Estados Unidos puede quedarse de brazos cruzados ante las ambiciones nucleares de Teherán. En tal caso, los regímenes rivales de Irán (Arabia Saudita, Egipto, Turquía) cesarían de poner su seguridad en manos de Estados Unidos y tratarían de procurarse el arma nuclear. Y no hablemos de la probabilidad de un ataque preventivo de Israel contra las instalaciones nucleares iraníes. Todo eso aumentaría de manera exponencial la probabilidad de una conflagración sin precedentes en esa convulsa región. Para resumir: Estados Unidos no puede aceptar, pero tampoco tiene los medios de impedir, que Irán llegue a adquirir la bomba nuclear.

Habrá que rendirse ante la evidencia: Irán está abocado a dotarse del arma nuclear. Lo que importa pues es lograr que Irán se comporte como lo hacen las potencias nucleares, es decir: servirse de la bomba como arma disuasiva (atemorizar a sus adversarios) y no para fines ofensivos (tomar la iniciativa de atacar con la bomba algún país rival).

Ahora bien, en los litigios internacionales, es en el momento en que el impasse es total cuando las partes beligerantes toman conciencia de lo que cada una puede perder en caso de no llegarse a una solución por la vía de la negociación.

Es precisamente a ese estadio crítico al que ha llegado el conflicto del Medio Oriente: todas las partes tienen mucho que perder. El régimen iraní puede verse aniquilado justo antes de convertirse en potencia nuclear. La existencia misma del Estado de Israel puede verse en peligro por un Irán belicoso en posesión del arma nuclear. Y Estados Unidos puede ver su peso político diezmado si el fiasco de Irak es seguido por uno similar en Irán. Y es por ello, porque todo el mundo tiene tanto que perder, por lo que ahora más que nunca cada una de las partes beligerantes podría estar dispuesta a hacer concesiones significativas con tal de preservar lo que para ella constituye lo esencial.

¿Y qué es lo esencial? Para el régimen iraní: adquirir el estatus de potencia nuclear. Para Israel: preservar su existencia como Estado. Para Estados Unidos: impedir que Irán se sirva de la bomba para atacar a sus vecinos y en particular Israel. Y en tela de fondo, por supuesto, lo esencial es la creación de un Estado palestino, condición sine qua non para una estabilidad duradera en la región. La negociación tendría pues que englobar tres facetas: la aceptación internacional del programa nuclear iraní; la creación de un Estado palestino; y el reconocimiento formal, público y sin ambages, del Estado de Israel por parte de Irán.

Que no haya duda, los odios acumulados son tan profundos, y la desconfianza recíproca es tan paralizante, que semejante negociación no podría tener resultados tangibles sin la ayuda de un mediador convincente y aceptable para todos.

Ningún país podría mejor que China desempeñar ese papel providencial. Por un lado, China comparte con Estados Unidos el mismo interés en impedir que la bomba atómica caiga en manos del régimen iraní tal y como éste se comporta en la actualidad, pues ello constituiría una amenaza para Pakistán, aliado clave de China en el pulso que la opone a India. Por otro lado, China mantiene vínculos estrechos con el régimen iraní y comparte con dicho régimen el mismo interés en contener la supremacía norteamericana. Pekín se encuentra pues en condiciones idóneas para convencer a Irán que le conviene reconocer formalmente la existencia del Estado de Israel a cambio de la aceptación internacional de sus aspiraciones nucleares y de la creación de un Estado palestino.

De esa negociación, todas las partes saldrían beneficiadas. Irán accedería al codiciable estatus de potencia nuclear. Israel vería su derecho a la existencia como Estado reconocido por su enemigo principal. Estados Unidos minimizaría la erosión de su peso geopolítico en la región. ¿Y China? Pues bien, además de realzar su imagen en términos geopolíticos, China podría pasar factura por sus buenos oficios frente a Corea del Norte e Irán y proceder, con la aquiescencia internacional y sin la hostilidad norteamericana, a lo que para Pekín constituye la prioridad estratégica fundamental: la reincorporación de Taiwán.

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