China y el precio del petróleo

China y el precio del petróleo

Así como la devaluación del peso dominicano es el principal problema a corto plazo del país, los precios del petróleo pueden serlo a largo plazo.

La devaluación continua del peso parece deberse por una parte a la expansión de la emisión monetaria para el pago de las obligaciones financieras que impuso el salvamento de los depositantes del Baninter y Bancrédito y, por otra parte, a la embriagante adicción a una inversión especulativa contra el peso hecha posible y agudizada por el aumento de la emisión, por desconfianza del público y por la estructura oligopolista del mercado.

Más difícil de explicar es la subida del precio del crudo. Explicaciones de su alta cotización en los mercados internacionales basadas en variaciones estacionales marginales de la oferta (inadecuado funcionamiento y envejecimiento de la infraestructura petrolera de Iraq y otros productores) y de la demanda (fluctuaciones de las reservas estratégicas de los Estados Unidos o del clima en los países del Norte), no son plenamente satisfactorias, aunque sí elementos importantes del ciclo de precios petroleros.

Con otros economistas creo que la tendencia alcista de los precios desde 1999 tiene su causa en cambios estructurales del mercado, sobre todo en la voracidad del gran éxito económico de las últimas décadas, el de China continental.

El problema de nuestra tasa cambiaria pudiera resolverse con relativa rapidez con el empleo de fondos foráneos y estatales para la amortización de la deuda del Gobierno con el Banco Central, en concreto de los certificados del Banco, y no para el pago de intereses. La política de pago de intereses eterniza la duración de la deuda. El remedio, ya inevitable, es una reestructuración cuasi coactiva de la deuda, más el completo cese temporal de pago de intereses hasta que se llegue a una nueva organización de la deuda interna y externa del Gobierno y del Banco Central.

En cambio el problema estructural de los precios del crudo es mucho más complejo. Trataré primero de exponer algunas razones que justifican su carácter estructural y de muy largo plazo. Pasaré después a presentar la opción de solución más manejada por los expertos.

[b]1. EL COSTO DEL PETRÓLEO Y EL CRECIMIENTO CHINO[/b]

Lo más importante es situar la demanda de petróleo por China en el marco de su desarrollo industrial. Los datos que voy a citar sobre el dinamismo de su economía los tomo de un artículo de Hale y Hugues Hale en la revista Foreing Affairs de noviembre del 2003.

El número total de teléfonos fijos se multiplicó ocho veces desde 1989 hasta alcanzar 397 millones en el 2002. En el año 2,000, 8.9 millones de chinos tenían acceso a Internet; a fines del 2002 más de 200 millones. El número anual de ingenieros que se está graduando es de 325,000, tres veces más que en India. Las exportaciones totales de China pasaron de 4,600 millones de dólares en 1970 a 380,000 millones actualmente, mientras que sus importaciones subieron de 4,100 millones de dólares a 370,000 millones en el mismo período. China ha permitido inversiones directas extranjeras por valor de 450,000 millones de dólares, detrás solamente de los Estados Unidos (1,300 billones), Inglaterra, el Benelux (Bélgica, Holanda y Luxemburgo) y Alemania (480,000 millones). Las inversiones directas de los Estados Unidos en China, 70,000 millones de dólares, han generado a empresas norteamericanas más ingresos, 7,200 millones en el año 2,000, que en otros países como México (4,600 millones), Singapur o Brasil (1,800 millones). Más sorprendente aún: en los 18 meses que van desde comienzos del 2002 a junio del 2003, China ha comprado 100,000 millones de dólares de bonos del tesoro de los

Estados Unidos de América frente a 150,000 millones adquiridos por Japón. El emergente gigante chino financia así más de la quinta parte del déficit fiscal y cambiario americano. La globalización de las economías no es un invento capitalista en un modo de vida en el mayor y más importante país socialista.

Lógicamente las importaciones de petróleo han adquirido un ritmo «caribeño»al pasar de 1,800 millones de barriles diarios en el 2001 a 9,800 millones en el 2003. China es todavía, como los Estados Unidos, un importante productor de petróleo pero sus

extracciones de crudo no alcanzan ya, ni de lejos, a satisfacer sus necesidades.

A pesar de su impresionante crecimiento económico pasó de un PNB de 106,000 millones de dólares en 1970 a 1.3 trillones China es todavía un país pobre: su PNB es el 11.5% del de Estados Unidos, a pesar de una población cinco veces mayor. Mantener una tasa de crecimiento anual sostenida de un 7% parece bien posible con un incremento de la demanda de petróleo mucho más alta.

Estos datos dan qué pensar. Personalmente me atrevo a pensar que este crecimiento económico de China, más un colosal aumento de la demanda de automóviles, es el factor desequilibrante que mantiene tan altos los precios del petróleo. A largo plazo es probable que los precios de petróleo suban más, especialmente si suponemos que el ritmo de crecimiento de las economías emergentes del sudeste de Asia vuelve a incrementarse, y que el dólar como medio internacional de pagos se ha hecho menos apetecible que el euro.

Las consecuencias de contínuamente más altos precios de petróleo, aún cuando se logre estabilizar la tasa de cambio, lo que me parece bien factible también a corto plazo, son pesadas para los consumidores transporte público, consumo energético de las viviendas y para los productores (escasez de energía eléctrica confiable).

[b]2. SOLUCIONES[/b]

Hace tiempo que los dominicanos nos vamos adaptando inconscientemente a los efectos indicados. Conchos y carros movidos por gas, calefacción de agua por vía solar, plantas energéticas con turbinas de gas e hidráulicas, han ayudado, pero como efecto de un precio fijo totalmente insostenible del gas respecto al petróleo, a resolver sobre la marcha nuestras penurias como consumidores y como productores.

Tenemos que tener en claro que los precios fijos del gas son ya una quimera. El gas aparentemente se venderá a precios más bajos que el crudo, aún teniendo en cuenta el costo de licuarlo y regasificarlo, pero la diferencia actual de precios es insostenible. Por necesidad social y humana habrá que diseñar un mecanismo segmentador del mercado en favor del consumo de los hogares pobres (alrededor de un horrendo 44% de los hogares

dominicanos según ONAPLAN); pero una liberalización parcial de su precio, que significa su alza es impostergable, no por afanes puristas de libre mercado, sino por incapacidad fiscal. Del gas, de la electricidad y del transporte vale un trilema que acuné hablando de la electricidad: o precios más altos, o subsidios mayores que implican más impuestos, o más «apagones», morfema para designar menor cantidad de servicios de calidad. Por supuesto, también es posible, y probable, cualquier combinación del menú básico.

El uso preferencial de gas y no de carbón o de petróleo para la generación de electricidad es ya un hecho. En Estados Unidos el 90% de los 200,000 megavatios instalados desde 1990 usa el gas como fuente de energía (Yergin y Stoppard). Esas plantas energéticas son más pequeñas, de más rápida construcción y más eficientes que las de carbón o petróleo. Emiten también 40% menos dióxido de carbono que las generadoras de carbón. Por ser más pequeñas, más eficientes y menos contaminantes, las plantas de gas pueden instalarse cerca de las ciudades y evitar el costo de montaje y mantenimiento de líneas transmisoras.

Existen dificultades geopolíticas para convertir el gas natural licuado en un bien comercializado globalmente. Los Estados Unidos, consumidores de la cuarta parte del gas natural usado mundialmente, enfrentan ya una menor oferta de gas natural en sus fronteras y pueden depender de países como Rusia, con 30% de las reservas probadas de gas y en el mar entre Irán y Qatar con 25%. Los Estados Unidos cuentan con sólo el 3.3% de las reservas mundiales.

También existen dificultades financieras. Según Yergin y Stoppard las compañías de energía tendrían que hacer enormes inversiones en puertos, terminales y barcos, más de dos billones de dólares por proyecto, y no podemos olvidar que tales inversiones no sólo deben ser rentables en sí mismas, sino más rentables que otras de distinto tipo. Como siempre, la dependencia de la producción y del consumo respecto a la energía eléctrica promueve una encarnizada resistencia contra el alza de sus precios. Pero sin ellos no se logrará la rentabilidad necesaria. El recurso al «deus ex machina»del Estado como inversor es pueril: también el necesita para sus inversiones suficiente liquidez procedente fundamentalmente de impuestos para sus inversiones.

El gas como fuente de energía eléctrica y motriz no es la última palabra ni la panacea en temas energéticos. La energía solar, la eólica, la química, la atómica son realidades. Ellas enfrentan dificultades financieras y técnicas de almacenamiento o de riesgos catastróficos. Desde un punto de vista histórico es bueno recordar que «lo mejor es enemigo de lo bueno» y que el crecimiento económico de tecnologías nuevas relacionadas con la energía (agua, vapor, electricidad, fisión nuclear) no han seguido un curso de desarrollo lineal y ni siquiera contínuo. Como bien dijera Hirschman, el desarrollo en cualquiera de sus facetas tiene mucho que ver con desequilibrios que provocan bonanzas y crisis inesperadas con su secuela de variaciones de ganancias y posteriormente de reacciones correctoras de curso.

Hoy por hoy el gas, con su potencial de embargar el próximo futuro, es una salida al problema estructural de los precios del petróleo.

Curiosamente el país, sin políticas demasiado explícitas, se va ajustando a esa realidad. La necesidad aprovecha la tecnología disponible, siempre por debajo de sus límites, pero la aprovecha.

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