Chiqui Mendoza y la búsqueda pictórica según Rorschach

Chiqui Mendoza y la búsqueda pictórica según Rorschach

El retorno de Chiqui Mendoza, aunque sea para una exposición, nos llena de alegría.

Hace falta este santiaguero ausente que decidió autoexiliarse en Nueva York: su temperamento de curiosidad insaciable –encarnando el movimiento–, necesitaba la escala, la confrontación, el reto, inherentes a una mega-ciudad donde todo es posible e imposible.

Con una turbulencia interior, subutilizada y mal comprendida en su medio, cuando él quería cambiar, avanzar, romper, se cansó de esperar y recibir premiaciones casi anunciadas por una obra fuera de lo común: él decidió enfrentar una adversidad distinta. Ese choque sacudiría su fuerza de experimentación y provocaría voluntariamente la mirada del otro, de los otros que se buscan dentro de unas propuestas a veces difícilmente descifrables, como en esta secuencia que él acaba de presentar…

La exposición. Entonces, aquella muestra de diecisiete obras pictóricas, expuestas en el Instituto de Telecomunicaciones y realizadas en Nueva York, Chiqui Mendoza la declara “Open Mind”. Mente, sí, pero también sistema y organismo abierto del autor al espectador, invitado a leer, participar e interpretar. Es una serie poderosa, una cosmogonía no exenta de violencia en propuestas cromáticas que gritan, modulan o callan, en espacios que parecen contenidos sino apresados, en intervenciones inesperadas de barras, cintas y geometrismos. Y que no olvidemos los círculos, ¿hoyos negros… y orígenes del universo? En fin, el pintor se niega a seducir pura y simplemente con sus chorros y manchones expresionistas, con sus hermosas tonalidades cargadas de emoción y de reflexión.

Hoy va sustituyendo el uso convencional del pincel por técnicas más acordes con sus pulsiones, pero todavía cree en la textura, en el pigmento, en una pintura “física”, y no recurre a la vía digital… al menos todavía. En sus búsquedas independientes, nuestro artista siempre ha adoptado distintos procesos expresivos, distintas técnicas, que respondan a sus ansiedades de (auto)transformación. Él tiene sus propios métodos, que van de lo conceptual a la fase de ejecución, tan orgánica y tangible como constructiva y depurada. Chiqui Mendoza nos “somete”, pues, a su pensamiento y su acción, a la vez con brutalidad y sutileza: o rechazamos sus energías y los flujos del momento, o los seguimos, ¡no hay término medio!

Mirar sus cuadros nos hace pensar en lo que afirmaba Cy Twombly –por cierto un contemporáneo norteamericano que le ha sido fuente de inspiración–: “Pintar determina la imagen y por eso es lo que más explica la idea o el sentimiento que contiene un cuadro.”

El mundo de Rorschach. De inmediato, casi antes de la primera mirada, percibimos una recreación de las famosas planchas del siquiatra suizo Hermann Rorschach, inolvidables para quienes pasaron el test –así nosotros… en la adolescencia–. Esas simétricas manchas de tinta, cinco negras y grises, dos agregando el rojo, tres multicolores, eran y son parcialmente una prueba mental que revela el subconsciente y sus inhibiciones, que ciertamente perturba. Varios son los pintores que las adoptaron y adaptaron en sus obras… como Chiqui Mendoza.

Él las reinventó –colores y formas–, las multiplicó, las sumergió en distintos soportes, contextos y texturas, todavía más abstractas que las originales. No podemos ni debemos descartar la interpretación sicológica, tanto del artista creador como del espectador receptor, y es lo que quiso el artista en esos “ensayos” discrecionales. Se trata de una aventura fascinante, y mucho más cuando se prolonga y se repite la mirada…

Muy atinadamente, la excelente prologuista Ángela García, expresa: “El trabajo de Mendoza siempre ha estado ligado a una conexión con lo espiritual, con la conciencia y con el conocimiento de uno mismo. La serie de Rorschach es una continuación de estas ideas”.

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