Choferes del futuro

Choferes del futuro

¿Quiénes serán los chóferes del transporte público en 2020? Esa es una pregunta que deben hacerse las autoridades si en realidad quieren resolver algunos de los inmensos problemas del tránsito vehicular. Dejar un tema tan grave y delicado al libre albedrío de todo aquél que tenga acceso a un vehículo es una gran irresponsabilidad. La respuesta puede empezar a develarse si descubrimos cómo se forman los actuales conductores del transporte público.

Primero, reconozcamos que ser chofer de guagua o de carros públicos no es cuestión de vocación sino de necesidad material y oportunidad. Abundan los ejemplos de jovencitos que llegan a las “paradas” de concho o de guaguas con ánimos de “buscársela” como lavador de vehículos. Con escasos años de escolaridad primaria, pesa en la mayoría de los casos un analfabetismo funcional. Sus aspiraciones se cifran en ser “pitcher” de guagua y, si tienen suerte, llegar a chofer. Asentado en el privilegiado puesto de lavador, el cachorro no puede resistir la tentación de tocar el timón y la palanca de los cambios mientras quita el polvo y pule los alrededores del asiento principal. Pregunta febrilmente para qué sirve cada cosa, al tiempo que observa detenidamente los movimientos del chofer en su faena diaria.

Uno de esos días en que el chofer de turno no está en sus mejores condiciones, el joven lavador se ofrece para “mover” el vehículo. Tiene lugar la aceptación del aburrido conductor y nace un chofer de transporte público. De ahí en adelante, se ganará la confianza de cada uno de los veteranos moviendo uno y otro vehículo hasta que, en un caso de emergencia, asume como chofer designado. Y entonces irrumpe, protegido por el sindicato y sin conciencia del alcance de las leyes, a empeorar una ciudad desordenada.

Si lo anterior se aproxima a la realidad, no tenemos que buscar más para entender el caos que domina las calles. El problema de quien mal conduce el vehículo y cómo lo hace crece exponencialmente y a nadie debe sorprender la intolerancia y violencia que rige las relaciones de conductores versus peatones y pasajeros. Este degradante problema tiene solución, sólo que es un proceso a largo plazo. El inmediatismo aquí no vale. Muy equivocados están los que creen que a golpe de multas se resuelve el caos. La represión sólo logra el aumento del monto de los sobornos mientras la mentalidad corrupta se entroniza.

Una gran parte de la solución del caos en el tránsito podría estar en educar a los niños, desde la escuela inicial y básica, a conocer y respetar las leyes. En esos niveles de educación el aprendizaje de los símbolos y los colores puede vincularse a las señales de tránsito. Las imágenes fílmicas pueden ser de gran apoyo a los infantes y adolescentes para conocer cómo comportarse en sus roles de peatón, pasajero o conductor. Y por sobre toda la enseñanza teórica, el gobierno central debía crear en las grandes regiones del país los parques de tránsito donde realizarían la confirmación práctica de la teoría aprendida en las aulas. Los grupos de estudiantes serían trasladados por las autoridades hasta el parque. Bastaría un área menor a una manzana de ciudad para colocar allí cuanta señal aparezca en las leyes de tránsito. Más dinero se malgasta creando insalubres piscinas populares en un país rodeado de playas. Aunque sea en bicicleta, esos niños se turnarían en diversos roles para que, en la práctica, vivan las emociones del peatón, pasajero o conductor. Desde que alcancen el mínimo conocimiento sobre el comportamiento en las calles, de seguro serían magníficos supervisores de aquellos padres y madres que conducen vehículos de motor en violación a las normas establecidas.

Bien le caería a una oficina como la de la Primera Dama, que no acostumbra a politiquear, para que auspicie la formación de los choferes del futuro. Esos que, posiblemente en una década, pudieran estar conduciendo los vehículos del servicio público o, quizás uno propio, con un comportamiento diferente al actual. Ellos podrían conducirnos hacia una ciudad más organizada y así sacarnos del primer lugar entre los países con mayor cantidad de accidentes en el mundo.

Sólo hace falta educación y autoridad preventiva.

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