París. EFE.- El diseñador Christian Dior, en un inesperado gesto de transparencia y sinceridad, deja ver en sus memorias, reeditadas hoy, toda la maquinaria que envuelve el mundo de la moda y los temores e ilusiones que inundan a quienes participan en el proceso de creación.
El libro, una autobiografía finalizada en abril de 1956, meses antes de su muerte en octubre del año siguiente, redescubre a un hombre cuya faceta personal y profesional orbitaba en torno a esa misma obsesión.
Christian Dior & moi pone a la venta en una edición de lujo el recuerdo de lo que le llevó a adentrarse en esa industria, y la explicación detallada de todas las fases por las que pasa un vestido de alta costura, que de manera retrospectiva y a su pesar, según reconoce, constituía su razón de ser.
Con ese volumen de la editorial Librairie Vuibert, el lector es invitado a todos los rincones del taller del número 30 de la exclusiva avenida Montaigne, que nada más nacer -en 1947- comenzó a crecer de manera desmesurada y diez años después ocupaba ya varias plantas del edificio y tiendas en diversas partes del mundo.
A ese mundo Dior llegó pasados los cuarenta, sin otro aprendizaje que la intuición y sin otro método que la necesidad, y echando la vista atrás confiesa que de todas sus colecciones, la de apertura fue la que menos esfuerzo e inquietud le provocó, porque lo único que estaba en juego era su autoestima.
El éxito le alcanzó ya en esos primeros trabajos y si le gustaba, se congratula, era porqutte concernía a los vestidos y a esa gran obra común, en la que concedía igual importancia a las responsables de los talleres que los confeccionaban que a las modelos que los defendían en desfiles ahora ya imposibles que duraban horas.