Cíclicos holocaustos de ídolos

Cíclicos holocaustos de ídolos

Me refiero a colocar en el fuego una pila de ídolos, que no es lo mismo que, como hacían los primitivos, poner víctimas humanas o animales en una fogata en honor de sus dioses, espíritus de la lluvia, de las cosechas, la fertilidad, la guerra.

Se trata de cada cierto tiempo (¿cuatro años?) tomar fotos y objetos con sus imágenes, camisetas, gorras, afiches; sentimientos, recuerdos, dudosas lealtades. Proceder mentalmente a descartar  actores, deportistas, personajes y personas comunes, cercanas o simples conocidos, que han estado por tiempo altamente posicionados en nuestras mentes, disfrutando de nuestra simpatía, afecto o admiración.

En ningún caso es tarea fácil. Porque se trata de un proceso mental y emocionalmente fuerte, doloroso,  eso de sacar a Sammy Sosa de nuestro altar, luego que por tantos años nos deleitara dando grandes batazos, y poniendo el nombre del país en planas mundiales, para luego venirnos con que unas sustancias, o que un bate relleno de caucho. Fue duro también lo de Manny Ramírez, luego de tanta patriótica adrenalina.

Se podría decir, como cosa que nos alivie de esos des-engaños, que los procesos de maduración de personas y países conllevan el rompimiento gradual y a veces drástico con imaginerías y leyendas, con Santos Reyes y Vieja Belén; y que los pueblos que retrocedemos con frecuencia a previos estadios (sin acento), nos vemos obligados a reinventar mitos, a  borrarles faltas a personajes relevantes, a idealizarlos y luego colocarlos en engalanados altares, en una especie de acción colectiva de lavado de honra, para darle “relieves históricos”, para reeditar, remozar, la necesaria identidad de los pueblos.

 Pero suele ocurrir que, luego, se hace laborioso, y acaso imposible, deshacerse de mitos que se van haciendo innecesarios, y que dificultan diferenciar los falsos de los verdaderos héroes y mártires.

En las campañas políticas, es tanto lo que uno oye decir bueno o malo de  ciertos personajes (algunos con cierto liderazgo), que después no hay forma de esclarecer hechos y escribir historia cierta, debido a que nadie se puede poner de acuerdo con nadie sobre qué fue lo que realmente sucedió.

Los que le creemos a Cristo estamos muy advertidos sobre los riesgos de elevar hombres al status de semidioses, cosa muy común entre emperadores y guerreros helénicos, ya que para ir a morir por otro mortal, era necesario tenerlo por un dios. Trujillo  lo intentó y logró bastante. Sin embargo, aún los creyentes no siempre escapamos de las contemporáneas idolatrías. Resulta saludable, espiritual, psicológicamente (hasta políticamente), deshacernos de falsos héroes y falsos vínculos; dejar de creer que alguien o algo es tan importante en nuestras vidas, aparte de nuestras familias y de personas que Dios ha puesto como ayuda idónea, soporte emocional y social confiables; en base a la comunidad de fe, de valores, o de un simple pero santo temor de Dios.

Lo demás es carga emocional innecesaria, extravío espiritual pesaroso. Así, a golpes de desengaños, también vamos cincelando un yo más sano y robusto, desprovisto de “ego-idolatría” e inútiles  vanaglorias.

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