Ciegos y sordos ante la realidad

Ciegos y sordos ante la realidad

HAMLET HERMÁN
De la Historia y la Naturaleza se aprende mucho cuando se pone atención a los hechos que alertan sobre el porvenir. Nada ocurre sin que todas las fuerzas de la sociedad y de la economía influyan para modificar la situación existente.

A partir del constante cambio es que surgen los períodos de sequía y los de lluvia, épocas de tranquilidad social y otras de conmociones, zafras de buen rendimiento y cosechas que se convierten en fracasos. En resumen, todo cambia todo el tiempo. Sólo los necios y excesivamente ambiciosos pueden llegar a pensar que la situación que disfrutan es eterna.

Aquellos que se enriquecen a costas de la politiquería, tanto los del gobierno como los que se cotizan cual oposición, parecen creer que están inmunizados contra las bacterias de la inmundicia en la que se mueven a diario. Y están equivocados.

¿Confían los Senadores que desvalijar el erario a través del “barrilito” o “cofrecito” les va a durar para toda la vida?

¿Creen los autores intelectuales del despilfarro del tren subterráneo llamado Metro que pueden seguir gastando sin límites los fondos correspondientes a la salud pública y la educación sin que el pueblo proteste en contra de esa forma de saqueo?

¿Imagina una parte de los funcionarios gubernamentales que puede seguir protegiendo a los desfalcadores del Banco Intercontinental sin que la sociedad se lo tome en cuenta?

¿Habrán llegado a pensar los gobernantes que la criminalización de los usuarios de la electricidad para proteger las enormes ganancias de las empresas generadoras y distribuidoras sería aceptada tranquilamente?

¿Supondrán los administradores del Estado dominicano que el pueblo ignora que la falta de agua potable no es sólo producto de la ineficiencia de los funcionarios sino también una forma de aumentar las ganancias de sus asociados en el procesamiento y venta del precioso líquido?

¿Creerán de verdad en el Banco Central que sus costosos comunicados pintando una situación económica color de rosa tranquilizan a la mayoría de los dominicanos que viven oprimidos por la miseria y la ignorancia?

La lista de preguntas es larga y complicada, como escasas y triviales son las respuestas gubernamentales. No estaría de más que se mostrara a los funcionarios algunos ejemplares de periódicos desde medio siglo atrás en los que se podían advertir las señales que evidenciaban los trastornos sociales que se avecinaban y que los gobernantes de turno no quisieron en su momento tomar en cuenta.

¿O no fueron advertencias claras del final de la tiranía de Trujillo los derrocamientos en los años 1950 de Pérez Jiménez en Venezuela, Rojas Pinilla en Colombia, Odría en Perú y Batista en Cuba?

Como se negó a aceptar Donald Reid Cabral en 1964 que el pueblo dominicano, a pesar a la falta de liderazgo en el territorio nacional, acumuló peligrosamente fuerzas para rebelarse contra los corruptos y crueles promotores del golpe de Estado del año anterior que se habían entregado incondicionalmente al Fondo Monetario Internacional.

¿Estaban ciegos y sordos Peña Gómez y Jorge Blanco en 1984 al plegarse totalmente a favor del FMI hasta atreverse a ordenar la represión brutal e indiscriminada de los más pobres de este pueblo cuando reclamaron que tuvieran piedad ante su miseria?

¿Qué pudo haber provocado que Balaguer desafiara las evidencias y obviara que la época de los fraudes electorales descarados era cuestión del pasado y atreverse a violentarlo todo para impedir que Peña Gómez ascendiera a la Presidencia de la República? Desde entonces ha tenido lugar un deterioro casi absoluto de la estructura del Estado dominicano que todavía hoy sufrimos bajo las condiciones del FMI.

Repito: sólo los necios y los excesivamente ambiciosos pueden llegar a pensar que la situación vigente se va a eternizar para su beneficio. Las señales que advierten una conmoción social están presentes día a día. Y lo que más preocupa es que los cinco sentidos de los gobernantes y los principales empresarios se hayan atrofiado en su afán de enriquecerse desmesuradamente en base al erario. Si por lo menos tuvieran ojos y oídos abiertos, frenarían sus ambiciones porque, al final, cualquier desenlace los perjudicará más a ellos que al pueblo mismo.

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