CIELO NARANJA

<P>CIELO NARANJA</P>

POR MIGUEL D. MENA
¿Les da Abelardo la  bienvenida a los desiertos?
Algún almacén del Ayuntamiento.
Hasta aquí todo hubiese podido ser un mal entendimiento, pero no, de ninguna manera.

Ahí no acaba la historia.

Ahora debería venir el momento de valoración de lo acontecido, en dos aspectos sobre los cuales ni el Síndico ni el secretario de Cultura han dado respuestas claras: el aspecto de documentación y conservación, porque, como hemos visto, la obra ya había sufrido los efectos tanto del vandalismo «peatonal» como del descuido en la limpieza de la zona, como tuvimos tiempo de presenciar in situ en octubre del año pasado.

Las enseñanzas son claras:

Lo primero es cuestionarse sobre el organigrama de ambas instituciones –Ayuntamiento y Cultura-, preguntarse por los bienes que si bien no comunes, al menos deberían de disponer de la supervisión científica correspondiente. Por lo visto, en la agenda de ambos cuerpos falta un elemento esencial: acuerdo en torno a la conservación y preservación de objetos como la escultura que mencionamos. Si este acuerdo está en el papel, ¡muy bueno!, lo único que hace falta ahora es que ambas autoridades lo ejecuten.

Es penoso que nuestros grandes críticos de arte, artistas y arquitectos hayan gastado cantidades incontables de hora tanto en el Museo de Arte Moderno como en el Centro Cultural León hablando del tema, y que justo alrededor de la obra y figura de Abelardo, el mundo haga mutis.

Ante las graves deficiencia del Ayuntamiento en torno a la compresión del significado de sus bienes culturales, valdría la pena que Cultura le facilite algunos cursos de capacitación, cuando no algunas propuestas concretas de conservación.

Pongo dos ejemplos: los murales de Vela Zanetti en el Palacio Consistorial, que sufren desde hace años el paso corrosivo de los hongos, y el Cementerio de la Avenida Independencia, que ha sufrido como ningún otro espacio histórico, el vandalismo del descuido.

Y de nuevo aquí sale a cuento la figura de Abelardo Rodríguez Urdaneta, como una especie de mare magnum indefectible. Desde hace más de diez años venimos denunciando por la prensa la desaparición del nombre y los adornos que identificaban su tumba. La cuestión se complica porque al parecer el Ayuntamiento sólo dispone de pago para un cuidador  del Cementerio de la Avenida Independencia. Este sereno, por su parte, aduce, ante semejante carencia, que sólo con la ayuda de sus más de 25 perros, es que puede garantizar la seguridad del camposanto. De paso, en este lugar, que debería ser lugar de reflexión y presentación de nuestra historia, los fines de semana se convierte en lugar de sancocho y  fiesta, como hemos tenido tiempo de ver durante los últimos años.

Mientras tanto, hay un acelerado proceso de destrucción de lápidas, cuyos pedazos se desperdigan por aquí y por allá, como si ese mármol o yeso sólo tuviese la importancia de acomodarse a las dimensiones del fogón.

Las máquinas de los desiertos de repente se activan y escribir sobre Santo Domingo es parte de un deber, pero también de un dolor.

¿Bienvenido a los desiertos?
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