CIELO NARANJA

CIELO NARANJA

En  los años 80 el mundo parecía  perfecto en las facultades de Humanidades y Ciencias Sociales de la UASD. Funcionalistas, marxistas, estructuralistas, todos convivíamos como en una sociedad de abejas.

Los estudiantes de sociología y antropología nos entendíamos perfectamente, sobre todo a la hora de arrancar para Disco Club Universitario, bailar en el Rincón de los Artistas o encontrarnos con Wilfredo Lozano en algún bar de Plaza Criolla.

El mundo se complicó, sin embargo, cuando nos dimos cuenta que Max Weber le tumbó el pulso a Karl Marx, cuando comprendimos que ese diploma no era la conclusión sino el inicio: «pase ahora y estudie después» nos aconsejaba Elizardo Puello.

En los 90, sociólogos y antropólogos se diluyeron más rápido y con menor estruendo que un Alka Seltzer en una Cola. Los centros feministas, el onegismo, los congresos y sus inevitables camisetas, las pantallas y los comentarios picarescos y superinteligentes, todo tragó a aquellos jóvenes que años antes parecían los Malinowskis y los Agnes Heller y la insularidad.

Quedaban algunas esperanzas, sin embargo, porque algo o alguien siempre queda. Pienso entonces en Tahira Vargas, una compañera de entonces, amiga de siempre, trabajadora y pensadora que de repente nos enciende esa lucecita del optimismo, porque la frescura queda y se renueva.

Verla en los programas de televisión o leerla en su columna semanal de Clave Digital es como constatar que algunas lecturas de entonces –Lévi-Strauss, Oscar Lewis, quién sabe- se diluyen en una sociedad que cada vez más nos obliga a nuevas lecturas, porque lo que pasa aquí era lo impenable en aquellos años de estudio.

Tahira Vargas nos propone las lecturas más actuales del otro rostro de la dominicanidad, del día a día de una sociedad cada vez más compleja en sus estructuras y su accionar, y donde un espacio se constituye en el todo aunque el mismo se piense como lo accidental. Me refiero al barrio, a la calle, a lo que se mueve, a una masa en la que Vargas se sitúa como persona y pensadora a la vez.

Mientras la mayoría de nuestra generación se adosa a un pensamiento de aquellos clásicos «cuartos fríos» y reciclaje de viejas fórmulas, Tahira Vargas ha optado por aquel espíritu donde las Islas Tobriand no han desaparecido y hay que tirarse ahí, a localizar a «los hijos de Sánchez» locales.

Antropóloga urbana por excelencia, pensadora de la dominicanidad transversal –sus estudios sobre «Dominicanos en Suiza», escrito en colaboración con Jennifer Petree (2005) lo atestiguan-, sus intereses podrían resumirse en par de palabras: el sujeto en su cotidianidad real. Sus denuncias son claras: ¿Por qué, por ejemplo, excluir de las aulas a los jóvenes que se ponen tres aritos? ¿Por qué no dialogar e integrar? Ella  expone la dominicanidad moderna en su tendencia a la exclusión y al predominio de las figuras de prestigio, como valores que avasallan los viejos sentidos de solidaridad.

A Tahira hay que leerla, felicitarla, y hay que alegrarse por un trabajo que nos devuelve la dignidad del ser y el pensamiento.

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