Cielo naranja

Cielo naranja

En un buen ensayo buscamos concisión, elegancia, conceptos. En el país dominicano, podríamos hablar de tres connotados pulidores de la lengua, el concepto y la expresión: José Ramón López, Américo Lugo y Pedro Henríquez Ureña. Sobre y entre ellos, tendremos el aliento que nos habrá dejado el gran Eugenio María de Hostos, dominicano medular.

Al ensayo de Manuel Núñez (1957), «Peña Batlle en la Era de Trujillo» (Letra Gráfica, 2007), accedemos con el asombro que da un libro tan grande –en centímetros cuadrados, tanto como el Pequeño Larousse. En una edición  del Guinnes criollo podríamos decir que el de Núñez, con sus 951 páginas, es el libro más grande que se haya publicado. Pero, ojo: también un tractor es el vehículo más grande pero cuidado si alguien intenta viajar con uno para Jarabacoa.

Este texto nos propone una rehabilitación de la figura de Manuel Arturo Peña Batlle, en su consideración de que la identidad nacional dominicana se fundamenta únicamente en lo hispánico y que su futuro se ve en peligro por la presencia haitiana.  Para recalcar esta idea una y otra vez, Núñez se propone construir y desmontar hasta donde el «recuerdo» lo permita: su historia arranca con los antepasados canarios de Peña Batlle a principios del siglo XIX y concluye con un listado de «comunistas» que repetirá tres veces en su libro donde nos brindará perlas tales como que entre los viejos militantes del PCD estaban el sociólogo Frank Báez Evertz y el economista Miguel Ceara Hatton (p. 569), mientras que entre los CORECATOS, PT y MPD se encontraba ¡Rafael Kasse Acta! (p.806).

Nunca había leído un libro con tales pretensiones y con tantos errores y erratas. Aunque sólo he hojeado la primera parte de un libro que tiene seis, me permito subrayar lo siguiente:

En la p. 44 Núñez afirma: «La primera vez que Pedro Henríquez Ureña viajó a [sic] Argentina fue en 1924 para manifestarle al Presidente Hipólito Yrigoyen (1852-1933) el agradecimiento del pueblo dominicano…» La verdad es otra: Henríquez Ureña visitó la Argentina en 1922 invitado por José Vasconcelos y dentro de la delegación mexicana al traspaso de gobierno de Yrigoyen a Marcelo de Alvear; no tuvo contacto oficial con Yrigoyen. Y lo peor de este desliz es que Núñez repite la misma cita en la p. 253, con el aderezo de ¡confundir a Federico Henríquez y Carvajal con su hijo Pedro!

La revista Clío no existía en 1925, porque su primer ejemplar salió el  16 de agosto de 1931, de manera que es incorrecto afirmar que en ese año salió un artículo de Peña Batlle (p.57).

Núñez confunde el panamericanismo con el iberoamericanismo, [p.p. 74-75], a José Cordero Michel con su hermano Emilio (p. 448). Los ritornellos son incesantes: «horcas caudinas», «aguas de borraja» y «bombas de cobalto» son sus preferidas. De repente, cualquier tema o autor es motivo de largas digresiones para ir y venir alrededor de Peña Batlle, como si hubiese cierta tartamudez en el pensamiento.

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