Cielo naranja

Cielo naranja

Hay una Geografía Invisible  de Santo Domingo que no por serlo debe dejar de merecer nuestra atención. La Biblioteca Municipal tiene ahí un lugar distintivo. Ahora que recuperamos la figura del domínico-venezolano Rafael María Baralt (1810-1860), el primer latinoamericano en formar parte de la Real Academia de la Lengua, cuando se recuerda que expresamente donó su biblioteca para la formación de la misma.

A la Municipal también se le llamaba “Biblioteca Hostos”, por haber estado enterrado en su patio el insigne pedagogo y por haberse quedado ahí su bella escultura, instalada en 1925.

Están los recuerdos y la realidad. Viene a la memoria un paseo que di con Félix Servio Ducoudray, quien me situaba ese espacio como una especie de jardín muy especial de su infancia, en los años 30. Vuelvo a esos inmensos armarios y mesas, de caoba centenaria, llenas de libros tan curiosos. ¡Hasta la Enciclopedia Brockhaus se podía consultar ahí, en una edición de principios del siglo XX! Sigo por el patio, siempre lleno de estudiantes, trabajando en la pizarra, o leyendo. Oigo nuevamente a Félix Servio haciendo cuentos sobre Antonio Fernández Spencer, uno de los más insistentes en quedarse allí, devorando páginas.

En 1985 los restos de Hostos fueron llevados al Panteón Nacional. La Biblioteca Municipal fue trasladada a un edificio de la calle Isabel La Católica. El viejo local fue devuelto a la Iglesia Católica. Pocos años después, y como arrastrada en la alfombra de Aladino, la Biblioteca Municipal se esfumó. Desde la gestión de Rafael Corporán de los Santos hasta la de Roberto Salcedo, nadie ha sabido dar respuesta a la pregunta de cómo la Ciudad pudo borrar así nomás un espacio y un conjunto de bienes tan significativos.

Mientras se monumentalizaba la figura de Hostos, quien de la modestia su vocación, llevándolo al Panteón Nacional –no muy lejos de Pedro Santana-, su figura se escindía de una zona histórica de pensamiento y cultura. El des-hostosianiamiento de la zona se completó con la peregrina idea de sacar su estatua de su patio y colocarla como un objeto más en los alrededores de la Biblioteca Nacional. Desde hace cerca de dos años la hermosa escultura será nuevamente tapada y corrida en una obra de reconstrucción que al parecer no acaba…

Los viejos sueños trujilloneanos de Manuel Arturo Peña Batlle y Joaquín Balaguer se realizan: se ha seguido borrando el legado del maestro puertorriqueño que hizo de nuestra media Isla su última patria. ¿Estamos percibiendo uno de los accesos a la postmodernidad dominicana? ¿Es el desmontaje de la pedagogía hostosiana la posibilidad de profundizar una cultura de fuerza, un estado de excepción? ¿Aumenta la Iglesia Católica sus espacios cuando cada vez los valores del cristianismo se disipan en la cotidianidad dominicana? ¿No deberíamos volver la cara a Hostos y a sus seguidores, planteando un país secular, el derecho a la voz propia, el ejercicio de la razón? ¿Leer nuevamente a Juan Bosch, junto a Pedro Henríquez Ureña, los hostosianos más ilustres del siglo XX?

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