Cielo naranja
Ante la devastación, volver a las viejas letras

<STRONG>Cielo naranja <BR></STRONG>Ante la devastación, volver a las viejas letras

Veo nombres inevitables  en la prensa pero insoportables en lo que escriben. Ganan premios, se atiborran de diplomas, de reconocimientos, alguien te preguntará que si los has leído, tú responderás que no pasaste de la contraportada, ellos insistirán y tu rogarás que basta, basta de tantos ruidos y tan escasísimas nueces.

Somos campeones universales en premios, derroches, asaltos a cara armada, reverencias al Gran Guacanagarix, a cristalizaciones de sueños de jovencitos que desde la profundidad de los cadillos y los grillos del monte veían el Festival de La Voz o soñaban con La Hora del Moro.

Frente a estos sunamis de la oxidez, cierro la máquina y vuelvo a los viejos amigos, a los confidentes que nunca te defraudarán.

De los más cercanos y menos mencionados y más profundamente inscritos en estas sombras irrenunciables, pienso en Aída Cartagena Portalatín, Freddy Gatón Arce y Enriquillo Sánchez. Los tres tienen algo en común: nunca se les concedió el Premio Nacional de Literatura, pero no importa…

Aída nos lanza a su visión tan fuerte de lo femenino –o lo del género, como se dice ahora. Nunca buscó igualdades con los hombres, ni el más ni el menos. Simplemente decía que aquí hacía falta una mujer y que esa mujer era ella. A la mujer de Moca –que nunca dejó de ser- se le unía la de los mitos griegos y hasta a Donna Summer integró en uno de sus cuentos. De Freddy Gatón Arce bastaría su poema “Además son”, para mí uno de los textos que te flechan. Quisiera zafarme –como lo he logrado con “Yelidᔠy a veces con “Hay un país en el mundo”-, pero no puedo. Enriquillo dejó también su impronta: la gracia y la frescura de Maguita, ese mito tan particular que él supo prohijar sin sacarlo del todo entre nosotros. Tuvo que ser en Nicaragua y con un Premio casi continental donde el misterio fue revelado. ¡Qué tan lejos tenemos que irnos a veces, o muchísimas veces!

Después –y para sólo hablar de los que están vivos-, tengo ahí los poemas de G. C. Manuel, de “Manicomio de Papel”, que sigue siendo ese pan de la esquina a las 7 y media de la mañana. Para “Los inmigrantes” de Norberto James, toda una reverencia. “Dominicanish”, de Josefina Báez, es otra opción para subir y bajar cualquier piso, para ir de Filadelfia hasta Los Mina y no bajarse en el cruce de Ocoa. El poemario “Axiología de las sombras”, de Dionisio de Jesús, también es otro texto de llevárselo a la playa. “He olvidado tu nombre”, de Martha Rivera y “Papi”, de Rita Indiana Hernández, son dos novelas claves de la contemporaneidad. Los cuentos de “Invi’s Paradise”, de Aurora Arias, y “Summertime”, de Juan Dicent, deben estar en cualquier mochila. Chiqui Vicioso, Sally Rodríguez, Amable López, José Alejandro Peña, Frank Báez, Rey Andújar, Paul Álvarez, Loraine Ferrand también están montados en la guagua del invierno. Sí, todos están aquí. La nieve puede seguir cayendo.

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