Cielo naranja

<P>Cielo naranja</P>

Algún día desaparecerán del paisaje dominicano los negros haitianos, los negros dominicanos -¡y hasta el negro eterno!-, porque todos aceptaremos la omnipotencia del blanco de la piel y de la cabeza, porque habremos logrado el «trigueño» o el «moreno», para regocijo de semiólogos, porque gracias a esa combinación genética podremos exportar greñuses de ojos azules, jabaos pero con pelo bueno, logrando así, algún día, alguna Miss Finlandia, luego de la rica experiencia de haber tenido una Miss Italia y un par de caballos de Troya en Hollywood.

Algún día todos los dominicanos tendrán una yipeta –y si no, al menos fáciles accesos a ochenta años de plazo-; podrán adquirir productos de primera necesidad en la Florida, harán chistes mientras esperan el resultado final del Casandra, se desplazarán con igual seguridad en Yokohama como en el Limón de La Vega, hablarán de Juan Luis o de Freddy como yo podría hablar de mi hermano mellizo, en caso de que lo tuviera.

Algún día los dominicanos tendrán su diploma de reconocimiento, gracias a Cultura, su finquita en Azua, gracias a Agricultura, sus campeones barriales y olímpicos en oro, gracias a Deporte.

Algún día todos seremos miembros reconocidos de la Iglesia o del Templo, no importa cuál sea, declarándose al dominicano como hijo exclusivo de Dios, como un pueblo escogido por el destino, por la Suprema Fuerza, por las Grandes Potencias.

Algún día dejaremos de preocuparnos que si Alex y Manny y el Super Felix y Junot son dominicanos, porque el dominicano de aquí y de allá será algo tan natural como el morísoñando o el agua de coco, qué bien, los dominicanos incoloros serán todos «de allá», del «más allá», oh mami.

Algún día seremos declarados Patrimonio Inmaterial de la Humanidad por la capacidad de memorizar estadísticas de peloteros, basquetbolistas, políticos.

Algún día caminaremos por la Circunvalación Doctor Castillo y nos alegraremos pensando lo neoclásico de tan hermosas edificaciones, también recorreremos la autopista Peña Gómez para recordar con nostalgia y tal vez hasta con ojos aguados que alguna vez el tema «negro» fue tema, lo mismo que el tema «amarillo» o «blanco».

Algún día Virtudes Uribe dejará de lamentar que los dominicanos no compren libros dominicanos, los habitantes de Manganagua de que tienen como ocho meses sin agua –y pensar que en nuestro país se la pasa lloviendo-, la Universidad de Autónoma estará satisfecha con su espléndido presupuesto.

Algún día no necesitaremos de comentaristas radiales o televisivos, de faranduleros o gente de la calle, gritando que esto o lo otro, «porque el que no grita no mama» decían los cachorritos, masacrando al castellano, «porque así es que somos», «la oztia».

Algún día no necesitaremos recordar la gesta aquella o al héroe aquél, recordar no será necesario, para qué seguir con tantos recuerdos, pregunta una amiga radioyente.

Algún día nos levantaremos sin mosquitos puyando y con mangos bajitos.

Algún día los dominicanos, los buenos dominicanos, estoy seguro de ello, seremos felices.

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