Cielo Naranja
Aquella raza de intelectuales

<STRONG>Cielo Naranja<BR></STRONG>Aquella raza de intelectuales

Hay una raza que se ha extinguido.Amaban la ciudad y la recorrían: Franklin Mieses Burgos, Freddy Gatón Arce.

Medían cada fecha y cada frase como si de ella dependiese la vida misma: Emilio Rodríguez Demorizi, Vetilio Alfau Durán.

Se constituían fuertes en sus islas particulares: Aída Cartagena Portalatín, Hilma Contreras.

Tenían esa extrañísima capacidad de ser alegres, creativos, de amar la ciudad y ser bondadosos al mismo tiempo: René del Risco, Miguel Alfonseca, Enriquillo Sánchez.

Se lanzaban al compromiso, a la militancia y las luces altísimas: Pedro Mir, Abelardo Vicioso.

Sé que la injusticia es el precio de cada afirmación, porque siempre habrá esos “algo” que refrendarán nuestros “todos”.

Sé que por suerte todavía tenemos miembros de esa raza –Víctor Villegas, Antonio Lockward Artiles, Norberto James, Jeannette Miller, Ángela Peña- para sólo mencionar unos cuantos, pero la cuestión es que… ¿el último que se vaya que apague la luz?

Nuestra raza de intelectuales no la tiene fácil en estos días. Nuestra intelectualidad está en bancarrota: muchos poetas pero ninguna poesía, cataratas de libros pero ningún crítico, una miríada de pichones de futuros premios nobel pero ninguna línea memorable, cantidades industriales de premios nacionales de todo tipo y color pero ningún nombre “dominicano” en México o  Buenos Aires que no sea Junot o aquellos obligatorios de las antologías, donde por suerte sacaremos nuestra cuota insular. Nuestros creadores no siempre saben medir la eficacia de la imagen, la consistencia de la metáfora, mucho menos oír y oírse. Abrir un libro dominicano es sacar de la caja al muñeco Trujillo o a los títeres cada vez más estrujados de nuestra última historia republicana. El antídoto, sin embargo, parece peor que la enfermedad: ante las palmas convertidas en martillos sobre nuestros paisajes, la gracia está en el dejar caer la nieve en el kilómetro nueve o diluir cualquier quítame-esta paja porque se cayó el inversor o porque no tengo minutos en el celular o porque ya nadie considera a los VIP que van a ver a Luis Miguel o a Bocelli o porque Dios mío, ¿hasta dónde llegarán los precios de la yipetas y la beretas?

Cuando pienso en aquella raza de intelectuales siento el peso en las palabras, la claridad en el rostro, la bondad en la expresión, el saludo sincero y no la página 89 de cualquier libro de O’Gilby.

Pienso en una persona que corporiza todo aquello digno y alto: Juan Bosch. Ahora que se celebra su centenario y que los locutores de turno la tendrán buena en esa manera de estirar el pescuezo antes de matar el gallo en la funda, creo vital recuperar a la persona que creía ante todo en la justicia y en el bien común.

Ahora cada quien tendrá su Juan Bosch. El mío será el de Barbarita: el que estaba en la mesa detrás de una buena sandía.

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