Cielo naranja
Bienvenido señor Guacanagarix ¿y el premio?

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Marcados por “el pelo  en el sancocho”, condenados a los rituales cíclicos del despeine y el despelote, quisiéramos encontrar un “ya basta” y dedicarnos a lo esencial del país: combatir las pobrezas –materiales y espirituales-, superar el autoritarismo y el atraso, asumir lo caribeño y hacer de la Isla una zona respirable para todos.

Los Premios Nacionales de Literatura son una enorme piedra en el zapato. Y ahora no sólo es que año tras año el pataleo de siempre, sino peor: el centenario complejo de Guacanagarix se robustece, los afanes por ser tan trasparentes son tan extremos que al final confirman justamente lo no apetecido: que tales Premios no estimulan a los autores sino justifican el glamour de los premiadores.

Hace tiempo que no creo en los Premios Nacionales. Su único valor es monetario. ¿Quién ha dicho que los premios son un “empuje”?

Muchas veces  envilecen, son estímulo a la vanidad, una marca fatal, porque después de ellos las letras alcanzarán otras pendientes, costarán muchísimo, tanto que hasta podrán arrastrar a sus mismos procreadores.

Autores que dejan de serlo después de un Premio hay muchos en nuestro medio…

En dos ocasiones he participado en ese concurso. La primera vez fue en “Ensayo”, con mi libro sobre “René del Risco y la modernidad”, a mediados de los 90; la segunda, en “Historia” diez años después, con mi tesis de doctorado sobre “Igle  sia, espacio y poder”, luego publicada por el Archivo General de la Nacional.

Curiosamente en ambos jurados  se repitieron dos habitués que desde entonces me han generado una gran desazón. ¿Cómo se puede ser jurado reiteradamente quien no tiene publicado ni un solo libro? Luego, los ganadores también fueron dos famosos habitués.

¿Cómo podría un “sin nombre” romper la barrera de las vacas sagradas? Al final, y como elemento marginal, entre jurados y ganadores había una secreta alianza: cada uno cambiaba los roles. Y así ha sido la cosa durante el último cuarto de siglo. A partir de esa lógica he desarrollado un juego que año tras año hago con mis amigos: díganme el nombre de los jurados y de los libros publicados, y yo os diré el o la ganadora.

Pero ahí no para la cosa. Si hacemos un listado del jurado, pongamos por caso de los premios de poesía y de narrativa (cuento y novela) de los últimos 25 años, y de quienes obtienen ese premio, confirmaremos con asombro que el lema parece ser: prémiame ahora, que yo te premiaré después.

Ahora Cultura ha tratado de salvar la situación contratando a un prestigioso jurado internacional, lo que en vez de curar las heridas ha abierto aún más las grietas: no sólo son los miles de dólares que se esfuman en las manos de celebridades extranjeras, sino también el golpe a la intelligentsia local. Mientras tanto, las contrapartidas locales serán “más de lo mismo”: los mismos habitués que serán al final los que decidirán…

¡Y vueltas a la tómbola…!

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