Cielo naranja
Calle y letras de fuego y agua

<STRONG>Cielo naranja<BR></STRONG>Calle y letras de fuego y agua

Los que habrán pasado por Huertas, en Madrid, no sólo sabrán que por ahí vivieron Góngora y Quevedo, también en las calles se inscriben sus poemas, como los de García Lorca, León Felipe.

De la Habana ni hablar, con esas calles del centro donde los mosaicos del piso evocarán a los grandes maestros cubanos, si no es que Lennon te espera en su banco del parque.

El encanto de Copenhague será la sirenita de Anderson, así y tan lejos.

En Valparaíso cada en cada escalón se respiran las flores de Neruda.

Como Berlín ha sido sometida desde la reunificación a una cirugía radical, en estos dieciocho años hemos tenido que convivir con las grúas, los solares que de repente se llenan de cemento y ladrillos. En el viejo barrio de Prenzlauer Berg, donde vivía al principio del decenio de los 90, en el parque tal vez más emblemático de la ciudad, el Kollwitz-Platz, la música experimental de los expertos y los legos era una fiesta acostumbrada. En la primera actividad, en el 1990, no salía de mi asombro al ver a ese viejito tan despistado, a quien me le acerqué para comentarle no sé qué sobre Octavio Paz, recibiendo como respuesta unos ojos que me daban a entender que todo estaba en algún nirvana inalcanzable. No quise seguir insistiendo. El viejito se llamaba John Cage.

Han pasado ya más de tres lustros y la poesía sigue acompañando los días berlineses.

La ciudad es un cuerpo donde cada parte importa. Las fiestas culturales no se hiperconcentran en un punto. Y lo más  importante: la costumbre es apostar por las iniciativas originales y los pequeños públicos.

Una de las actividades más encantadores se realizó en la Augustrasse, una calle ya emblemática por sus galerías, sus bio-tipos, y el mundo que no se cansa de pasear.

Como una manera de motivar la lectura, el contacto con autores y celebrar el espacio urbano como lugar de encuentro y comunicación, a los largo de esta vía se apostaron alrededor de 30 autores de las mas diversas lenguas y espectros. Armados con sus sombrillas –era un sábado lluvioso-, esperaban ahí, sentados, a que alguien pasara, para leerle parte de sus obras y conversar sobre la misma.

Autores, pequeñas editoriales, lectores posibles y curiosos, todos hormigueaban durante tres horas en busca de la felicidad y los retorcijones que dan las palabras y sus imágenes.

En San Giminiano leí que «La poesía está en la calle».

Ojalá y lo pudiese estar leyendo en nuestras ciudades.

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