Cielo Naranja
Carmen Amelia y Jean Michel con diamantes

<STRONG>Cielo Naranja<BR></STRONG>Carmen Amelia y Jean Michel con diamantes

Hace diez años realicé  la última corrección de mi Diccionario de mis Amigos, recogido posteriormente en “El libro de las vainas”. Aunque no recuerdo la definición que le concedí a  “los Caroit”, sé que se me hizo bien difícil por la cantidad de emociones y lo limitado de las palabras.

¿Un Diccionario de Amigos? Sí, el mismísimo, tan necesario como el agua de coco e importante como el andar a pie. No sé si el intento me lo perdonaría el ejército de weberianos –encabezado por Wilfredo Lozano- o por los postcepalinos, como Miki Ceara, pero justamente ellos bien que lo comprenderían porque dominan la materia: en la mesa de los Caroit no sólo aterrizan los mejores guisos y combinaciones rabelaisianas, sino un cariño en estado puro, frases que podría necesitar la Sociedad Civil para su mejor funcionamiento, comentarios que ¡ay! si llegaran a Palacio, porque el asunto bien que se arreglaría.

En un mundo cada vez más descafeinado, donde la desaparición de las patadas voladoras del Gran Jack y los problemas de la herencia del Grandísimo Jaco Jackson, para no hablar de otras perlas, ocupan las neuronas de todo el globo, ¿por qué no destacar amigos tan frescos?

Los Caroit-Cedeño han apostado por los bajos perfiles, por la ciudad, por la Isla, por las palabras que nunca se desperdician, por la amistad a prueba de cargos y quítate tu  para ponerme yo. Hubiesen podido ser los nuevos mandarines -¿como Simone y Jean-Paul?- porque capacidad no les falta: Carmen Amelia se ha destacado en el área del Derecho Internacional y del Laboral, y de Jean-Michel qué decir que no sea que gracias a él, en Francia, Nueva York y en el resto de América Latina somos “explicados” por primera mano. “Le Monde”, “The New York Times”, son algunos de los diarios donde somos transfigurados por su pluma, en una visión crítica, imparcial, para dolor de cabeza de nuestros supernacionalistas y Guacanagaríes.

Por la azotea de los Cedeño-Caroit ha desfilado Regis Debrais, Clara Báez, cantidad de ministros nativos y haitianos, autoridades universitarias, políticas, empresariales, especialistas de la nada, cociéndose sólo la palabra necesaria, la familia del alma, algo que parece tan lejano pero que es tan necesario: el salón literario, el aeropuerto donde aterrizan nubes para tocar.

La idea no es volver a ese mundo de la Belle Epoque pero sí recuperar el diálogo, aquello que Martin Buber consideraba el fundamento de la especie humana.

En un medio tan progresivamente desértico, donde a la intelligentsia sólo se consigue detrás de las libras de arroz y jamón o detrás de algún Chateau bordolés, anima pensar que la casa de los Caroit-Cedeño es un espacio para los encuentros del alma, la sensación de que no todo está perdido, que muchos vamos a entregar nuestro corazón, como diría Fito, que ascendemos al Sugar Mountain de Neil Young…

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