CIELO NARANJA
Casa del Tostado: La verdad de las piedras

CIELO NARANJA<BR>Casa del Tostado: La verdad de las piedras

En la historia de la arquitectura dominicana lo acontecido desde 1967 hasta la fecha es una asignatura pendiente.  Bien que contemos con precisos inventarios de autores y obras, pero aún falta una perspectiva esencial: la del contexto del hacer arquitectónico.

En 1967 se creó la Oficina de Patrimonio Cultural. El Estado balaguerista, amparado en   “Gobierno que trabaja país que progresa”, asumió la renovación urbana como una de sus jugadas de modernización y control. Con la alcaldía en manos del PRD, interesado en controlar las directrices de las intervenciones sobre el centro simbólico del Santo Domingo de entonces, la Ciudad Colonial, la creación de una entidad como la OPC fue una jugada maestra del balaguerismo.

Los más de cuatrocientos años de la zona, unido a los estragos que producía la Guerra de Abril de 1965, exigían una rápida intervención en la Ciudad Colonial. Entonces llegó la hora del arquitecto, que dejó de ser exclusivamente ese  técnico en su mesa, con regla T y cálculos, para convertirse en restaurador, cuando no en político, pensador, estratega, o comerciante.

Hasta esa fecha los arquitectos empleados por el Estado se habían dedicado a la construcción, con desiguales resultados. Hubo obras magníficas, como la Feria de la Paz, pero también una arquitectura clonada, como la repetición de la sede central Partido Dominicano en el malecón, obra de Henry Gazón Bona, en las principales cabeceras provinciales. Salvo el caso de la restauración –invención diría yo- del Palacio de Colón (1955), obra del arquitecto español Javier Barroso, la Ciudad Colonial no había sido considerablemente intervenida.

Con la OPC al arquitecto le cae en las manos la masa de la Ciudad Colonial. La cirugía realizada en torno a lo que tenía y no tenía valor histórico fue muy controversial. La concepción de “patrimonio” se reducía a la Ciudad Colonial,  no tomándose en cuenta la significación de Gascue, Ciudad Nueva y zonas de San Carlos, entre otros entornos esenciales de la identidad capitalina.  Del resto de la ciudad, ni hablar.

En poco tiempo se tenía que legislar, hacer levantamientos y documentar los perfiles de la zona. Restaurar y consolidar fue la proclama.

La documentación histórica sobre la cual apoyar esos trabajos era escasa. Los textos fundamentales fueron las “Dilucidaciones históricas” (1927) de Fray Cipriano de Utrera  y “Los monumentos arquitectónicos de La Española” (1955), de Erwin Walter Palm.

La alerta que Erwin Walter Palm había hecho a principios de los años cincuenta, de no intervenir las ruinas del Palacio de Colón hasta que no se hiciera el levantamiento histórico suficiente, cayó nuevamente en oídos sordos.

En su primer lustro de existencia, la OPC no solo se propuso borrar con los últimos cien años de historia arquitectónica, sino que realizó intervenciones que más que revalorizar, simplemente inventaban una historia de la que no había ninguna huella. No sólo desmontó buena parte de los balcones, obligando luego al uso de los aires acondicionados, desbaratando con una mano lo que la otra hacía. También realizó ejecutorias que ahora se nos aclaran, como el caso que trazamos en este ensayo: el caso de la Casa del Tostado.

Tal vez no haya en la Ciudad Colonial una estructura que nos brinde un sentido de lo familiar de los años iniciales de Santo Domingo como la Casa del Tostado. Llamada así por su primer inquilino, el rico hacendado y escribano Francisco del Tostado, su importancia depende de su ventana germinada, uno de los más auténticos legados del gótico isabelino.  Su conservación tal vez se deba al hecho de que siempre tuvo inquilinos, primero la rica descendencia de los Tostado, luego la instalación allí del Palacio Arzobispal, y finalmente su adquisición por Damián Báez, a finales del siglo XIX.

La intervención sufrida por la Casa del Tostado en 1970 a manos de la OPC alteró considerablemente sus estructuras, siendo ejemplo de lo que no debería ser, tanto por el tema de la restauración como por el de la verdad histórica.

¿Tuvo un mirador la Casa del Tostado? El “no” puede ser rotundo. No hay documentación ni mención alguna. Incluso, afirmaciones como las realizadas por la “Guía de arquitectura de Santo Domingo” (2006) no tienen ninguna consistencia. Ahí se afirma que la Casa se había edificado “con jardines y huertos que llegaban hasta el mar” (p. 124). Si se aplica una lectura atenta a los mapas de la ciudad, se observará que en esta zona el concepto de damero se aplica puntualmente, lo que quiere decir: salvo el conjunto de La Fuerza –o actual Fortaleza Ozama-, no habían cuadras que integrasen al mar dentro de sus contornos. En el croquis de Santo Domingo realizado por Luis Joseph Peguero en 1760, se advierten claramente los linderos de la Casa, teniendo al sur la “calle de la puerta grande” o actual Arzobispo Portes.

Un mirador era una estructura señorial, típica ya en aquellos paisajes andaluces de la hora del Descubrimiento. Su uso en Santo Domingo no debía ser recomendable. Para entonces los temas de altura en las construcciones se consideraban de gran valor político. Ninguna edificación debía sobrepasar las dimensiones oficiales ni eclesiásticas. Recordemos las comunicaciones que el tesorero Miguel de Pasamonte le enviaba al rey Fernando, advirtiéndole sobre los peligros que comportaban las dimensiones del Palacio que construía don Diego Colón, que ponía en poco menos que cuestionamiento la autoridad de la alteza en las nuevas tierras.

Los registros visuales desde el siglo XIX sólo presentan una estructura de dos plantas, que mira al parque y es una vivienda más dentro del entorno de Santo Domingo.

Al incrustarle este mirador a la Casa del Tostado se le debió esfumar su histórico techo de dos aguas. No sólo sufrió la estructura, sino que se distorsionó la historia, al monumentalizar una edificación que nunca reclamó principalía.

La impresión que tengo es que este mirador no fue más que la clonación de otro mirador, también agregado, el de la Casa del Sacramento, en la esquina de las calles Isabel La Católica y Pellerano Alfau, actual residencia del Cardenal López Rodríguez.

El pasado no siempre es lo deseable, pero está ahí, imborrable. La verdadera historia dominicana es todavía un reto. Hablar de fechas o describir estructuras no es suficiente. También las construcciones  constituyen un habla. Comprender lo que fuimos tal vez nos pueda permita acceder a un mundo menos monumental, menos falso, más dos pisos y no obligatoriamente tres.

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