Cielo Naranja
¿De qué cultura dominicana es que estamos hablando?

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El concepto “cultura” siempre  ha embriagado: el primer referente es la escenificación de algo, la puesta en escena de una narración, la constitución mítica del pasado, el oír la voz engolada del locutor de turno y que vuelen las palomas de hierro en las escarpadas lomas de Quisqueya.

El dominicano no tiene dentro de sus costumbres la crítica. Eso de la pausa y la evaluación de lo realizado es “arriesgarse”, “ponerse en evidencia”, exponerse, quién sabe si por una eterna y paranoica consciencia de culpa que el ejercicio de cualquier papel contrae. Mientras se está arriba se sigue y se sigue sin que las paredes del ego puedan ser atravesadas por otros conceptos o visiones. Cuando el mundo fuera de la Isla discute muchísimos cuestiones –como el de la “sociedad multicultural” por ejemplo-, aquí se limpian las manos porque a los cocolos le dan una placa. Cuando se accede al mundo dentro de la Isla lo que se constata es que muy poco ha cambiado: los temas, los sujetos, los paradigmas, tratan de resistir al óxido de los aires caribeños. Ya me lo decía Luis Terror Días hace más de veinte años: “podrás irte veinte años de Santo Domingo y al volver verás que Freddy sigue en tu pantalla”.

Bien que dentro del imaginario dominicano el espectáculo es esencial, pero ni la mayoría ni el pasado histórico deben constituirse en dedo que todo lo traza. El asumir que hay una “cultura dominicana” como una camisa de fuerza para más de diez millones de personas aunque pueda funcionar desde la lógica del poder, lo hará más que precariamente. Estamos calcutizados: aquí también hay una maquinaria de grietas, de herrumbre, de aglomeración, aunque sin una virtud de la capital bengalí: la consciencia de los colores y del clima. Ya estamos en el siglo XXI pero un siglo nuevo no existe. Los dominicanos arrastramos la cadena cada vez más pesada de una “cultura dominicana” decidida por el funcionario de turno. El siglo XXI entrará cuando el país sea de todos y con todos, cuando la Isla ya no sea lo lejano sino otra manera de ser y estar en tierra firme.

¡Qué podemos esperar cuando los pantalones jeans son penalizados, cuando el vino le gana las apuestas a las bebidas tropicales, cuando la yipeta es el símbolo de la gloria, cuando el goteo de las palabras en el hablar y el no mirar a nadie es la versión tropical de Eurípides, cuando las grandes preocupaciones nacionales giran en torno a lo que por otra parte nunca le contarías a tu siquiatra, cuando el espíritu de Guacanagarix es mayor que el de Enriquillo, el de Santana vence al de Duarte, de Bosch mejor no hablar, cuando quieren hablar de ti pero no contigo, cuando sabes que por más lógica aristotélica o kantiana a la gente culta le gustarán los cotilleos Chernichevsky y Confucio y cuidado si le cuentas cuando se rascó el espinazo, que ahí es cuando la cosa se pone dura!

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