Cielo Naranja
Diccionarios porosos:  ¿amorales o neo morales?

<STRONG>Cielo Naranja<BR></STRONG>Diccionarios porosos:  ¿amorales o neo morales?

La sociología clásica –desde Spencer hasta Giddens, pasando por Weber, Simmel y Parsons- nos hablaba de sujetos sociales con funciones, sentidos y normas. Los postmodernos –ese puente que va desde Nietzsche hasta Lechner- comenzó a fracturar estos sentidos, planteándonos la relatividad de los valores y que aquí, en Latino América, de paso, hay que resemantizar la política. La política dominicana en el siglo XXI, tal vez siguiendo ese mal du siècle que habla de Estados fallidos y estados anómicos, ha llegado a unos límites donde para definirla, no habrá paradigmas puristas dentro de las ciencias sociales. Para interpretar esa política hay que apelar ya a un trabajo más que multidisciplinario, donde al sociólogo lo auxilie el antropólogo, y por qué no, hasta el mismo siquiatra.

Nuestros congresistas son la piedra de toque de esa historia reciente. El Congreso es la gran arca nacional, el sueño de todo político chico, mediano y de todo calibre, la tierra de promisión de la postmodernidad criolla. Lo que el sentido común entiende es el espacio para reglamentar el orden social, implantar conceptos de desarrollo, propiciar la democracia y el bienestar social, funciona como todo lo contrario. ¿De qué política hemos hablado en los último cuatro, ocho, veinte años? ¿En qué medida se ha beneficiado el ciudadano que anda a pie de todas esas horas de discusiones?

Párese usted en la Máximo Gómez esquina San Martín o en el Parque de los Chachases, en Santiago, y pregunte sobre qué opina la gente del Congreso, y encontrará ustedes respuestas muchas veces sabias. La conclusión que saco de esas pesquisas que  he hecho en esos lugares, pero también camino a Los Mina o bajando unos yanis en Boca Chica es muy simple: los congresistas no se diferencian de los bachateros de éxito. Tal vez la única diferencia es que no andan con bim-blines, pero el resto es lo mismo: yipetas sacadas de la caja, tres celulares, cinco secretarios, un buscarse los menudos que nunca aparecen en el bolsillo izquierdo del saco y una imposibilidad de que te hablen con tranquilidad, mirándote a la cara.

Si en una época los dominicanos querían trabajar en CODETEL o irse a Nueva York o ser peloteros como Sammys, ahora la meca del bienestar dominicano es el Congreso. El dinero rápido está garantizado, las cámaras están en la misma puerta, la sensación de un Santicló los doce meses del año y los chelitos que se deslizan por la mano de algún feliz, todo lo tienes garantizado en ese edificio de estilo neoclásico.

En el diccionario antiguo se habla de trabajo, esfuerzo, ahorro, respeto. En el moderno, un milloncito no es nada y el barrilito mucho menos. Nuestros congresistas son más que millonarios, y aún así, exigen aumentos de todo y al final no justifican tantos privilegios. Luego van a la Iglesia y estarán excomulgados de todo pecado, porque somos así, a Dios rogando y con el mazo dando. Ya dudo de que podamos usar el concepto de “amoralidad”. ¡Bienvenidos al país de los neomorales!

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