CIELO NARANJA
Educar para la ciudad

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La imagen dominante de los fundamentos de Santo Domingo no son más que un mito. La “Guía emocional de la ciudad romántica” (1944), de Joaquín Balaguer, nos ha hecho creer en una ciudad surgida armónicamente, con damas trasplantadas de la Corona que podían seguir aquí sus viejos hábitos metropolitanos, en medio de un paisaje colonial que sólo vería alterado por las Devastaciones de Osorio entre 1605 y 1606.

La historia fue otra. En lugar del diseño racional en damero que nos hemos creído, Nicolás de Ovando tuvo que lidiar con un limitado acceso al río Ozama, debido a las capas tectónicas que rodeaban la ciudad, y fundarla prácticamente de espaldas al mar. El “sueño de orden” bien que pudo haber sido un sueño y bien además que pudo ser cristalizado en otras latitudes del Nuevo Mundo, pero aquí no fue posible. Demasiado cerca y en el centro de todo que estábamos.

Santo Domingo surgió dentro de conflictos permanentes en torno a quién y cómo se ejercía la autoridad. Primero fue el pleito Ovando-Tapia (1502), luego el Ovando-Solís (1509), y posteriormente, a partir de 1510, el conjunto de problemas del Virrey Diego Colón y los funcionarios reales.  La ciudad fue policéntrica, como lo afirmó Erwin Walter Palm. En lugar del tradicional orden europeo de Ayuntamiento, Plaza Mayor y Catedral como eje de la ciudad, la autoridad colonial tuvo que enfrentar los reclamos de la familia Colón, asumiendo el Palacio de la familia como el verdadero centro de gestión.

En 1586 la invasión y ocupación de esta parte de la isla por las tropas del pirata Francis Drake produce la primera gran debacle de la vida urbana. Sufrieron las estructuras mediante saqueos e incendios, y también la economía, por el rescate que al final se tuvo que pagar.

Aquellos dispositivos eclesiásticos sufrieron la crueldad del protestantismo inglés. Para acrecentar la crisis de identidad, la concentración de los habitantes de la isla en el perímetro central y sureste de la Isla, debido a los temores surgidos alrededor del contrabando y el trato con los “herejes” del cristianismo, como los bucaneros franceses y holandeses, a partir de 1605, sería el inicio de dos siglos de miseria.

¿Cuál ha sido el sentido de urbanidad desarrollado desde 1498 en Santo Domingo? ¿Cuáles han sido los paradigmas para pensar la identificación con el espacio, el sentido de pertenencia?

Estamos ante una serie de temas todavía inéditos para los estudiosos de nuestro país. Hasta ahora el estudio de nuestro pasado se ha quedado en una contabilidad de fechas, estilos y unas cuantas anécdotas, sin poner en tensión lo que conforma la historia: los discursos, las estrategias, las prácticas y los dispositivos del poder.

Nuestro pasado no sólo ha sido mitificado por intelectuales como Joaquín Balaguer, sino simplemente borrado por o inventando en una práctica que comienza con las intervenciones en el Palacio de Colón y que todavía continúan, a veces muy peligrosamente, como con la reciente reparación de la fachada de la Orden de los Dominicos.

Trazar lo real de nuestra historia urbana puede contribuir a reconocer la pertinencia de nuestro medio. Sólo así comenzaremos a reconocer las miserias y bondades de nuestra Isla.

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