CIELO NARANJA
El cementerio de la Independencia: un deber

<STRONG>CIELO NARANJA</STRONG><BR>El cementerio de la Independencia: un deber

En Santo Domingo subrayamos un espacio íntimo: el Cementerio de la Avenida Independencia.

Todo mundo pasa y poquísimos se detienen. Las puertas están juntas, los perros ladrarán de vez en cuando, todo parecerá amontonado, y sin embargo, siempre hay un descubrimiento, cierta compañía, la confirmación de lo peor seguramente, la necesidad de recordar o confirmar o anegarse en esas aguas de los rostros y su pasado.

Ese Santo Domingo que media entre la Ocupación Haitiana y los años 50 está ahí contenido. La Guerra de 1965 fue el  último agregado, un aluvión de féretros de grandes y pequeños combatientes. Mientras los nombres y las acciones están en los manuales de Historia, los cuerpos descansan aquí. A pesar de ello, los combatientes del Cementerio de la Avenida Independencia son como los héroes de Federico Bermúdez, “los del montón salidos”: no forman parte de un mapa espiritual-urbano. ¿Quién los visita y los cuida, quién los recuerda y los valora?

Mientras las ONG’s dedicadas a la memoria histórica ocupan de vez en cuando los titulares, aquellos combatientes “huérfanos” se quedan en la memoria de unos pocos. ¿Quién sabe quiénes fueron y dónde están las tumbas de Jean Sateur y André Riviere?

Hay nichos destruidos o borrados, como los de Abelardo Rodríguez Urdaneta o Jacques Viau.

¿Cómo es posible que el gran artista fundador del arte dominicano –como fotógrafo, pintor y escultor- tenga sus lozas removidas, su nombre borrado, como si no hubiese derecho al cuidado de su memoria?

El caso de Jacques Viau Renaud es igual de penoso: las manos generosas del cuidador del cementerio han estado pintando durante mucho tiempo su nombre, una y otra vez, pero desde hace más de un año el mismo fue borrado porque a la UASD se le ocurrió la idea de poner ahí una tarja. Pero mejor así: mejor la tumba en blanco que los ditirambos del auto-homenaje.

El Cementerio de la Avenida Independencia es uno de los patrimonios más significativos, sensibles y frágil de la memoria urbana dominicana. Tiene muchos dolientes, como José Antinoe Fiallo Billini, quien con sus estudiantes hiciera un levantamiento de todas sus tumbas. También tiene estudiosos, como Amparo Chantada. Sin embargo, para el Ayuntamiento de Santo Domingo sólo es un lugar para podar árboles. No hay mapas ni guías, a nadie se le ocurre escribir un buen libro sobre el tema, mientras que los trabajos de mantenimiento se reducen a uno que otro deudo que pasa por ahí.

Las inscripciones en mármol desaparecen en función de la lluvia o las necesidades de armar un sancocho en el mismo camposanto. Los perros del lugar son necesarios porque el Ayuntamiento no dispone de un personal de vigilancia suficiente. Los perros escarban, hacen sus necesidades, asustan, y aunque usted no lo crea, sin ellos tal vez sólo tuviésemos un montón de cruces.

Del cementerio eliminaron sus muros, como si con su simple acceso visual el mismo fuera ipso facto parte del paisaje urbano. Mientras tanto, esas lápidas se van diluyendo, a veces cediendo el paso a la humedad o a las hormigas o a la simple dilapidación de sus estructuras.

Necesitamos conservar el Cementerio de la avenida Independencia, ¿o seguiremos desmemoriándonos?

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