Cielo naranja
El país está Charlie…

<STRONG>Cielo naranja<BR></STRONG>El país está Charlie…

A finales de los ochenta un “Charlie” era un gordito o un flaquito casual con una cachucha de los Mets o una camiseta ondeando más que una bandera de la Plaza de la Bandera o unos tennis Air-Jordan made in Singapoore. Tenemos imágenes rebotantes: también se trafica con las identidades. El “dominican-york”, la gran invención de la postmodernidad dominicana, es el punto de ósmosis entre lo que quisimos y no quisimos ser y el estar ahí, siendo y deshaciendo, dicho muy heideggerianamente.

El “Charlie” es su metáfora, el caballo de Troya que  arrancó con unos finales de los ochenta ahora amarillentados, como una foto polaroid que se dejó mucho tiempo en el porta retrato. Pero el “Charlie” de hace veinte años se deshidrató, normalizándose. Ahora todo es un “Charlie”, un punto y coma en el vocabulario cada vez más etéreo e inconclusivo del aborigen criollo. Al rozar el tema “Charlie” se cae en las esferas del nihilismo local, en ese ritmo de pensamientos donde el pánico está en el punto final. También el habla es un rostro: identifica.

Dime lo que sea, que lo pongo en la mesa para ver qué se puede armar: si “Charlie” por aquí y por allá, te diré que lo tuyo es “teatro, puro teatro”. ¿Eso querrá decir que estamos en el umbral del “pensamiento Charlie”? Yo me permito no dudarlo. Entre lo flotante de la parafernalia post-insular –léase, la gevitería en sus miles de estratos y lo “Charlie” como uno de sus sustratos esenciales- y los estilos más encumbrados de la “alta cultura”, léase los intelectuales preocupados porque nos zafemos de la maldición que es ser Isla, no hay mucha distancia.

Hay palabras que nos pesan más de la cuenta: “saber”, “conocer”, “interpretar”, parecen ejercicios de marcianos en nuestro medio. Nuestro pensamiento parece correr como un ratón entre dos grandes gatos que dicen o “cógelo fácil” o “esto no lo dijo Meschonic”. Pensar en lo “Charlie”, asumir los Haitises o el uso de los jeans en los lugares públicos, parece tema de algún primo de Sancho Panza. Resumen de todo lo dicho: en nuestro sentido común lo “alto” y lo “bajo” se excluyen, como si uno pudiese escindirse del otro. Debido a estos dispositivos en los mecanismo de pensar y expresar(se), se pierde la perspectiva de lo real y la realidad. El resultado es una Isla llena de islotes, torres de vigilancia y voluntades que no llegan a enganchar con vocaciones de cambio, democracia y desarrollo.

La izquierda hace tiempo que perdió su libreto, esperando que algún iluminado baje de las montañas o suba desde los alrededores del Parque Independencia y nos lleve a las tierras de promisión. En las academias de las Ciencias Sociales se sigue discutiendo a Comte y Spencer, mientras la hora de Foucault todavía está por llegar.

Mientras tanto, los “Charlies” de todo tipo siguen haciendo y deshaciendo. El vocabulario local es “Charlie”: o se trata del Lápiz Consciente o se buscan las hormigas en las almohadas de Rorty. Al fondo, junto a Foucault, también Niezsche espera.

La hora de Nietz

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