Cielo Naranja
El valor de Chiqui Vicioso

<STRONG>Cielo Naranja<BR></STRONG>El valor de Chiqui Vicioso

Hay que salir del país  para apreciar el valor de Chiqui Vicioso. A veces las Palmas o los teóricos genuflexos no permiten ver la frescura de la luz.

En París cuelgan sus poemas en una gran exposición sobre arte ultramarino en La Villete. Se le cita en seminarios sobre Género y Caribeñeidad. A la hora de buscar una ensayista con una vocación amplia y concisa, ella será una de las primeras apuestas dominicanas.

La Vicioso ha tenido que desempeñarse en ámbitos cada vez más amplios y profundos. Al pensarla tengo que ir a Salomé Ureña y Aída Cartagena Portalatín. Como ellas, Chiqui ha sido maestra de generaciones. De la Ureña continúa el compromiso en la expansión de los ideales de progreso y justicia. De Cartagena Portalatín, el raspar sobre la piel dominicana y descubrirla en su negritud, en su magia, en su insularidad.

En sus años juveniles le tocó actuar en el espacio de la diáspora newyorkina: Estudios de sociología, pedagogía e idiomas, actividades de solidaridad con un pueblo –el dominicano- del que hemos olvidado que por entonces sufría los terrores de aquél balaguerismo doceañero. Luego viene un gran periplo que la llevaría a Guinea-Bissau y Brasil, donde se nutriría de las teorías de Paulo Freire, de Marx, y también de la poesía de Silvia Plath…

Al regresar a la Isla en los años 80 se desenvolvería en dos temas  esenciales: la familia y la infancia. Desde PROFAMILIA y luego desde UNICEF, desarrollaría programas de orientación y protección, que todavía perduran. Lo lógico del sentido común hubiera sido el continuar una carrera promisoria en los organismos internacionales, por las comodidades obvias que permite, pero no: Chiqui se decidió por la Isla. Chiqui se ha movido en lo contrario del buen sentido común. Chiqui incluso volvió a la Zona Colonial, a la frescura de El Conde, al bullicio del espacio público, en vez de encerrarse en uno de esos condominios que sólo la gente de Rapi-Taxi conocen.

Pero esta vida suya laboral  ahora mismo está en un segundo plano. Pensemos lo esencial de Vicioso: su papel como creadora y gestora, sus propuestas discursivas, su decir en la sociedad dominicana, su valor en subrayar puntos y ser ella misma, con el riesgo –y la práctica- de la exclusión, del regatear reconocimiento.

Gracias a Chiqui Vicioso nuestro país tiene una voz consistente en lo poético y ensayístico. Hostos, Camila Henríquez Ureña, Julia de Burgos, para sólo poner tres nombres, son autores en los que ella ha hilado un tema único: lo caribeño. A diferencia del sentido común intelectual, regodeado más en la demostración de sistemas hipercríticos batientes del mismo cobre, a Vicioso le interesa la simpleza en la expresión y los límites y la naturaleza del diálogo de sus autores, más cerca de María Zambrano que del Círculo de Praga.

A Chiqui Vicioso hay que leerla fuera del bullicio.

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