Cielo naranja
Erick Raful está en  Woodstock

<STRONG>Cielo naranja<BR></STRONG>Erick Raful está en  Woodstock

Ahora que Melaine pasa por Berlín y sin ronquera, con “Beautiful People” y “Rubby Tuesday” y con el reguero de tipos que dejaron la Harley Davidson en alguna esquina, oxidándose, las flechas apuntan a Erick Raful, a sus espacios de aclimatación –antes el jacuzzi, ahora el penthouse-, a esas aguas tórridas donde las voces salen de refilón como antes las mariposas de cuaresma, a esas voces que son como capas tectónicas donde advertirás tus años, tus felicidades, tus saltos o pasos, que si el sábado en la noche tendrá un sentido o si alguien ya estará tan escondido en la memoria que mejor acabar ahora el trago y seguir rumbo a las costas de Haina, que si Eduardo caerá en la Isla el próximo año en octubre –los 50 obligan-, que si Ricardo dejará los compromisos porque sí, porque de Claudio y Alejandro ya todo se sabrá, porque el medio de la semana es el mejor tiempo para que la pantalla nos devuelva muchísimos pedacitos de nosotros mismos, cantidad de alientos que se entrecortaban entonces, entre esas ansias de “son las diez de la noche, saben dónde están tus hijos” y radio HIN que no daba o los discos al final rayados pero sonando sin embargo porque cómo dejar que Jethro se relaje, que the Who no siga rompiendo sus guitarras como lo hacía Hendrix, Procol Harum más suave, Neil Young inoxidable, de los Rollings qué decir, más constantes que los cometas y los mosquitos, de Pink Floyd, oh God, después de Pompeya pudiera haberse extinguido la humanidad y sólo ese disco hubiese testimoniado que alguna vez, que tin marín, que “How can I tell you” de Cat Stevens no estuvo en la programación, pero no importa, Erick no necesita ser perfecto, algún día sería, alguna vez podremos volvernos más country, más déjame buscar hielo porque estos tígueres si beben, más “déjame ver si aparece, si del Springteen hay algo más cercano, The River tal vez”, de U2 vaya usted a saber, pero tampoco exageres, que aquí la rosa de los mares está virada, todo gira alrededor de los 60 y hasta los ochenta, el mismísimo eje celeste se ordena entre el álbum blanco de los Beatles y algún revival de Cream o Led Zeppelin, si es que hay que ser más ambicioso, más apegado a los abismos que son los viejos hits, los Helados Imperiales que ya no existen, el Cine Colonial hace años convertido en parqueo, la playa de Red Beach convertida en lo que nunca sabrás, la sombra de Martha Rivera en doble línea y luego en la nada, un Kurt Cobain que se cuela porque ya habrá entrado a la categoría de fantasmas, un Eddie Vedder que también se filtra porque de repente hay huesos dispuestos a la doblez, al Never Ending Tour del cariño, la pantalla plasma que de repente es como aquél caracol inmenso de la serie El túnel del tiempo, los colores que se difuminan y no sabrás si es una ambulancia en Tokio o las luces rojas en tu alma subiendo por Montmartre o las palabras que ahora hay que difuminar, sí, porque hay que acabar, no hay más forward, alto al zapping, Erick tiene que bajar a buscar hielo, el Erick tan querido.

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