Cielo naranja
Fiesta del libro

<STRONG>Cielo naranja<BR></STRONG>Fiesta del libro

Marea alta para los libros: para alcanzar la ternura de la página, hay que esfumarse del medio.

En el medio están los éxitos y los héroes, las cabalgaduras o los promontorios, las bocinas tronando por los arabescos que acompañan el libro, la peripatética figura de Osvaldo Cepeda haciendo tronar los relinches de los andulleros que por enésima vez descerebrarán hasta la chiva que ose quedarse varada en la arena levantisca porque del otro lado el Zooberto del muy dignísimo Alcalde de la Ciudad ez pura oztia.

Lejos del medio están los bordes: tú y yo sobre, delante, dentro de la página, sacando la mano como en alguna portada del Yorker de Steinberg.

Hay autores que solo sonarán para ti mismo: Mir, Viau, del Risco, Alfonseca, James Rawlings, G. C. Manuel, Dicent. Están regados pero los recuperas en tu mochila. Los pondrán en el estante del fondo pero luego te los llevarás en tus neuronas.

Están los atormentados de siempre, sus secretas pasiones no tan de siempre, los que se alegran con el poema como con una funda de peras navideñas, la palabra que se dispara por tu mente como un fuego que abrazara al mismísimo Carro de Heno.

Frente al libro con envoltura se levanta la página doblada, subrayada, conservando alguna flor o boleto a cualquier concierto de Silvio o el Teatro de Praga en 1999.

Celebramos la Fiesta del Libro porque leer es una costa a la vista, porque el libro es el último barco de los locos, porque hay que fiestar en tiempos de pasarelas y diplomas como guillotinas así, porque la frescura está bajo los árboles y cerca del mar.

Contra el libro están los aparatos, desde el ipad hasta la voz nunca ronca de Napoleón Beras. A favor del libro están los que andan con sus fundas y se detienen en los parques –si es que no hay politures por en medio-.

Contra el libro está toda esa parafernalia de nombres ladrados en el teléfono.

Por el libro están los que asumen el poema o el cuento como una ventana abierta, un balcón –pero no los del Conde y mucho menos los de la Mella, que todos esos han sido clausurados-.

Para disfrutar la lectura hay que salir del medio, contentarse con las esquinas, que es de las esquinas de lo que vive la buena literatura, conquistar autores raros, conformarse con alguna palabra que salve y sane en el mismísimo instante, seguir de largo si es que te desparraman algunos autores consabidos en tu vaso o por la ventana. Nada de consejos o listas. Nada de “tienes que leer esto o aquellos”. A cada quien le espera su autor si es que se tiene paciencia y si es que tiene que ser.

El buen libro solo amerita de una soledad consistente, nutricia. Leer, viajar, es lo mismo. Y si no, que se lo pregunten a Pessoa. Si hay tres tazas de café por en medio, mucho mejor.

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