CIELO NARANJA
Hilde Domin y Erwin Walter Palm: 100 años

<STRONG>CIELO NARANJA<BR></STRONG>Hilde Domin y Erwin Walter Palm: 100 años

Fueron los grandes descubridores de Santo Domingo. Accedieron a la Isla empujados por el paso avasallante del nazismo. Llegaron hablando en italiano, con estudios en Ciencias Políticas, Arqueología, Historia del Arte. Entre aquél agosto de 1940 en que amarizaron en San Pedro de Macorís y el agosto de 1953, en que regresaron a Europa, Erwin Walter Palm y Hilde Domin desarrollaron una labor más que titánica: documentaron el pasado colonial de nuestra Isla de Santo Domingo, subrayaron nuestro valor en publicaciones y congresos internacionales, llamando la atención hacia la gravedad que contenía este primer enclave europeo en el Nuevo Mundo.

La publicación de 1955 de “Los monumentos arquitectónicos de la Española.  Con una introducción a América” coronó aquellos esfuerzos. Aunque firmada por Erwin Walter, la obra fue un trabajo colectivo. A Hilde hay que reconocerle las transcripciones, la mayoría de las fotografías, la crítica, así como un detalle que hasta ahora no se subraya: parte de la financiación de su publicación, gracias a sus relaciones con filántropos norteamericanos.

Llegaron como cientos de refugiados de origen judío. De la Isla sólo tenían aquellas imágenes románticas de alemanes que nunca habían puesto un pie por estos lares, como el lejano Brye o Heinrich von Kleist, el célebre autor de “Die Verlobung in St. Domingo”. Según cuenta Hilde en sus textos autobiográficos, el sopor de saltar desde Italia a Santo Domingo –vía aquellos duros días en la Inglaterra de 1939-1940- fue aguantado cuando su esposo paseaba por la Ciudad Colonial y advertía los aires romanos de algunos atrios y patios. Al año de llegar, ya publicaba un ensayo que resultaría fundamental para la colocación de nuestra ciudad en el mapa histórico de América Latina: “Ecos de la arquitectura clásica en el Nuevo Mundo. La formación de la casa dominicana” (1941).

Antes de la familia Palm el conocimiento de Santo Domingo era esencialmente histórico. Bernardo Pichardo Pichardo había publicado “Reliquias históricas de la Española” (1920) y Luis E. Alemar, “La Catedral” (1933) y “Santo Domingo, hoy Ciudad Trujillo” (1943). Junto a los trabajos históricos de fray Cipriano de Utrera y Emilio Rodríguez Demorizi, pudieran agregarse los geográficos de F. A. de Meriño y Oscar Cucurullo, e incluso técnicos como los de Octavio Acevedo.

Erwin Walter Palm tuvo una mirada multidisciplinaria, ágil, refrescante. A su formación arqueológica y humanística se le agregaban los aires provenientes de la Escuela de Warburg, con un galeón tal como Erwin Panofsky, quien habría de influenciarlo considerablemente en su trabajo de decantación. Aparte de lo que trajo, subrayemos lo que encontró en la Isla: el apoyo de fray Cipriano, y el cariño de dos anfitriones que siempre habría de recordar: Francisco Pratts y Manuel Amiama. Más allá, en Buenos Aires, contó con el apoyo y el diálogo de Mario J. Buschiazzo, uno de los fundadores de los estudios en torno a la historia de la arquitectura colonial.

Durante los años de la Segunda Guerra, tuvieron que permanecer en la Isla. Hablar alemán ya era algo sumamente extraño. El ambiente se aligeró con la llegada de exiliados que traían no sólo agobio en las maletas, sino ideas y ganas de comunicar, como André Bretón, Casals Chapí, Emil Ludwig, y los fotógrafos Ottinger y Conrado.  Todos ellos contribuyeron a crear la sensación de un Santo Domingo al fin pequeña “Atenas del Nuevo Mundo”.

A partir de 1945, comenzó una nueva época para ambos. Comenzaron los viajes de trabajo en archivos, las conferencias, los congresos, la búsqueda de apoyos financieros. Año por año publicaban enjundiosos trabajos en México, Argentina y Cuba. De repente el arte colonial dominicano se conectaba con los del Caribe, completando así una visión de bloque histórico.

Hilde y Erwin podrían considerarse como humanistas. No sólo documentaron, investigaron y le sacaron brillo a esas piedras, paredes y espacios coloniales. También nos vincularon a las discusiones en Europa en torno al significado de los monumentos coloniales, produciendo a finales de los años 40 una serie de reflexiones en torno a la Conservación y Consolidación monumental. Paralelamente desarrollaron un trabajo literario. Se vincularon a los Cuadernos Dominicanos de Cultura, como traductores y creadores. En 1951, al morir su madre, Hilde es salvada por la palabra, como dirá uno de sus poemas. En 1959, teniendo cincuenta años, publica un poemario que revolucionará la lírica alemana de la postguerra: “Nur eine Rose als Stütze” (“Sólo una rosa como apoyo”). A sugerencia de su editor, cambia su nombre de “Hilde de Palm” y se transforma en su nombre definitivo: Hilde Domin, el apellido como agradecimiento a la Isla que nació como poeta.

Ubicados en Heidelberg  –la ciudad donde se conocieron en 1931-, la familia Palm nunca olvidó a Santo Domingo. En 1958 Erwin Walter publica “Rosa aus Asche”, una de las primeras antologías de poesía moderna iberoamericana. Entre los autores, dos dominicanos: Domingo Moreno Jimenes y Héctor Incháustegui Cabral.

Erwin Walter llegó a los 78 años y Hilde a los 96. En estos dos últimos años celebramos ambos centenarios: 27 de julio del 2009 el de ella, y ahora, este 28 de agosto del 2010, el de él.

A los Palm los recordamos por la actualidad de sus haceres: la responsabilidad, el amor, la intensidad y la inteligencia que pusieron al situarse en Santo Domingo. Volver a sus escritos sobre la Puerta de San Diego, las volutas de los dominicos o los tesoros de la Catedral, es como constatar esas pequeñas grandezas de nuestros monumentos.

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