CIELO NARANJA
Hilma Contreras: un centenario sin pena ni gloria

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A pesar de mi alergia a celebrar a los autores justo en años “ceros”, en el caso de Hilma Contreras me había deseado lo contrario, porque tal vez de otra manera no hubiese podido ser: me imaginaba un gran evento para discutir su paso por la literatura, la presentación de sus tan esperadas obras completas, un marco para situar la espinosa cuestión de género en la creatividad dominicana.

Pero una cosa es el deseo particular, otra los manejos en torno a figuras y temas, y finalmente, lo más importante, el posible deseo íntimo de la autora. Ahora que lo pienso me digo que aquél 8 de diciembre del 2010 pasó como debía de pasar: en la nada.

Tal vez ese fue su mejor homenaje: pasar desapercibida, hacer de la auscultación, el arte que no sólo a veces nos congrega, sino también aquél que marcaría el sino vital de la autora mocana.

Al pensar en Hilma Contreras no se puede evitar traer al escenario a otra alma gemela, la de Aída Cartagena Portalatín. Sus vidas y acciones fueron más que paralelas: nacieron en Moca, hicieron de París una segunda patria, tuvieron el valor de trazar tempranamente sus fronteras emocionales, de alejarse o acercarse según sus convicciones con respecto a los “medios” –la ciudad, la Isla-, y ante todo, de crear una obra significativa en la literatura nacional.

Hilma Contreras rompió tempranamente ese “haber nacido” en una tradicional familia de provincia. El contacto temprano con Francia –vivirá parte de su infancia, entre los cuatro y los diez, y luego entre los 15 y 23 años-, le concede la condición de bilingüe. Al regresar definitivamente a la Isla en 1933, sueña con una carrera de escritora. Recibe el aliento del primer nuevo crítico de entonces –el editor y cuentista Juan Bosch-, pero permanece marginal a los movimientos literarios.

En la Misión francesa trabajará desde 1946 hasta 1962, y posteriormente desde 1966 hasta 1975.

En 1953 publica “Cuatro cuentos“, un hermoso libro en una edición de 300 ejemplares, “con una viñeta de Aída Cartagena Portalatín”, como reza el colofón. Dos años después, da a conocer un enigmático texto que se mueve entre el ensayo y la narrativa, “Doña Endrina de Calatayud”, una joya prosística que ojalá y algún día sea leída.

A la caída de la Dictadura en 1961 se le agrega en 1963 la muerte de su padre. Vuelve a París, y luego de tres años, regresa. A los 65 años regresa a Moca, para no salir nunca más.

La concesión del Premio Nacional de Literatura en 2002 fue un querer mover montañas con las trompetas de Jericó. No, no estamos en Jericó y ya pocos creen en ángeles.

Hilma sí creyó en el suyo: en el de hablar abiertamente de una preferencia sexual no consensuada en nuestra sociedad, el de narrar con precisión y tensión, dos valores esenciales en la hora de la creatividad.

A Hilma Contreras hay que leerla al margen de las fiestas. A pesar de ella, enciendo una vela mínima por su centenario: que los cumplas feliz.

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