Cielo Naranja
Hulda Guzmán, ¡cuidado!, isla en llamas

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Y Luis Terror Días engendró a Raúl Recio, y antes de Raúl y el Terror estaban Andy Warhol y los Pieter Brueghel –el Viejo y el Joven-, y poco antes Hieronymus Bosch y mucho después Goya y hasta Egon Schiele, y ahora mismísimo, aquí esta Hulda Guzmán.

El nombre me viene sonando desde hace par de años, cuando Guzmán me ilustró un ensayo sobre la dominicanidad para la Revista Global.  Lo de que debió ser un normal y aburrido poner fotos de autores se convirtió en un collage de sueño, bien Dadá y tropical. Pero Hulda Guzmán no tijeretea y pega fotos: pinta, procesa, sabe convertir los rostros y sus gestos en intensas narraciones, los amalgama en una serie de referentes epocales donde también cabe –y es esencial- la fantasía.

Estamos frente a una de las artistas de la más reciente cosecha. Podría mencionar en este grupo a Sahira Fontana, Giselle Fiallo, Natalia Ortega, Patutus, Rossy Ramos, pasando por Rita Indiana Hernández y Carlos Ortíz, y siguiendo con el Colectivo Shampoo y zonas aledañas. Los vasos comunicantes son la Era de la Yipetocracia, la esquizia de una clase media donde lo “jai” y lo “chopo” son algo así como “yo tengo una cosita que me sube y me baja”, los encapsulamientos facebookicos, el East Side como una zona más cercana que Los Mina, el gusto por lo “trachi” y por las voces “sico-babys” como Bjork o por las retro de la Joplin y si eres osado y sabes del primer Jarmusch, te saldrá un Coltrane más estridente que una ambulancia por Manganagua.

Hulda Guzmán le hace rayos x a la insularidad de postalita con la que nos ocultamos del sol. Lo suyo es la estridencia de los rostros, los gestos m-tv-ical con los que deben asumirse los lentes de sol, los artilugios de una postmodernidad tan fuera de foco pero que tiene que verse en la ropilla, el gesto casual, el pelo casual, la carita quitada de bulla, la margarina light y la tripita o el enchufe de cerdo light al que accederemos si es que ahora cogemos el metro.

“Los primos”, los espacios fashion de la muchachería, el trasplante del cosmos “no le des mente” al color y a las formas, lo que logra Hulda Guzmán va más allá de los parámetros formales de una crítica y de unos artistas que sólo pueden relamer la barquilla de lo glorioso insular. Hulda no sobredimensiona: la risa sarcástica es el extremo de lo que profetizaba Nietzsche: la inteligencia hay que mostrarla en una carcajada.

Vayamos a las aguas de la plástica: Hulda está bien cerca de José García Cordero y de Raúl Recio en cuanto a los animales y los sankipankies que ilustra. Está junto al mejor Luis Terror con las Vickianas y las post-Vickianas. Ahora nos regala “Omega se casa con mi hermana”, una obra ya tan representativa como el “Papi” de Rita Indiana Hernández.

Hulda Guzmán desacraliza la dominicanidad de pacotilla nuestra de cada día. Una suerte y placer inmenso que haga lo que está haciendo.

cielourbano@gmail.com

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