CIELO NARANJA
Jaime Guerra: la cara de la otra patria

<STRONG>CIELO NARANJA<BR></STRONG>Jaime Guerra: la cara de la otra patria

Más afuera que dentro, dominio del nosotros sobre el yo, entre el ser real y el ser imaginado un cristal, una ventana, pestañas nerviosas porque el semáforo no avanza. Somos el sustento de Santo Domingo pero nos vemos deslizándonos sobre nuestras espaldas, siempre a la hora de ir, ya sea al trabajo, a la cosa esa, a lo que sea.

El ir en función del estar, el autopercibirse como bola de billar o de caja de bola: así nos reflejamos en el espacio. Cada quien tiene sus espacios y para cada quien ese es su Santo Domingo. Visto desde el aire, somos un inmenso collage de desechos medievales y estridencias de cláxones postmodernos, un tilín tilán entre el blin blin de los nuevos sujetos y el tirar la sábana del otro que somos: el que puebla las calles, quien en su día a día convierte a estos territorios en su piel, sus pies, las sombras que permiten remachar ese deslumbre de paredes descascarándose, esas raspaduras de la tela que al sacar a flote la textura del tejido, le da más relieve a la superficie.

Trazado el mapa mental de historia y territorio, ambos coinciden en tres nombres: Duarte, Sánchez y Mella, tres héroes más que contradictorios pero zapata última de esto llamado “dominicanidad”, tres héroes manoseados en monedas y billetes que aparecen y se esfuman, contribuyendo así a modular esa maquinaria del esfumado en nuestro día a día. La Duarte, la Sánchez y la Mella son también tres importantes vías en el mismísimo centro de la capital dominicana. Aunque el kilómetro cero de la Isla no esté justamente en sus esferas sino en uno de sus extremos y ahora sólo en el recuerdo, Jaime Guerra ha subrayado, con su lente, ese estar “otro” de nuestro ser.

La Duarte deja de ser calle y se convierte en Avenida justo en el punto donde se entrecruza con la Avenida Mella, y justo ahí comienza el trayecto de la Mella –en dirección este o Santa Bárbara- que ha sido colapsado por el tumor de la zona llamado La Sirena. La Sánchez es lo ignoto, la maquinita de ruinas.

Jaime Guerra es un fotógrafo en permanente residencia urbana. A diferencia del grueso de la fotografía dominicana, más preocupado por la gotica de agua y en la efectividad de lente super caro que conseguí en una oferta en Miami, Guerra es un buceador de rostros, un arqueólogo de rostros indespegables de un sueño, un esfuerzo, algún dolor. Él sabe por dónde nos movemos y las miradas ahí emergentes. Con un instinto felino, espera. Él conoce las viejas y nuevas territorialidades, la efectividad de la sombrilla frente a La Imperial y del paraguas en manos de la doña –café en mano-  que lleva a su nieta –muñeca en mano-; él se ha deslizado por los esplendores del Siglo de Oro español y por eso espera a que sus meninas –con un albino bajando por la calle- salgan por la ventana.

“Duarte, Sánchez y Mella” era una divisa de la dominicanidad. Jaime Guerra ha bajado al territorio de estos nombres. Nada aquí tiene alfa ni omega –o si lo tiene, mejor ni saberlo. Todo aquí comienza frente a una iglesia –la Duarte-, en un choque cerca del mar –la Sánchez-, o en un mar de cinco calles –la Mella. La lógica de Guerra: nada de historias de carros pasando o de objetos más allá de nuestras dimensiones, nada de comentarios al margen, estas fotos hilan el guión de la película cotidiana que somos: el concepto del reflejo velazquiano en los obreros bajando el espejo, la maquinaria de ruinas con una bandera de plástico que no puede apañar una casa descascarándose y una doñita ¿por igual?; la crudeza de los colores primarios con el negocio cerrado y el señor esperando, sí, y no sólo el señor, casi todos esperan o buscan algo, en esa lógica de la sobrevivencia.

Jaime Guerra sabiamente combina el blanco y negro con el color, mostrándonos que su papel no es el de alquimista de la imagen, sino la del anotador de una partitura cotidiana donde el ritmo lo marca la obligación del estar afuera. De repente uno puede retrotraerse al gran Alfred Stieglitz o irse al medioeste de Walker Evans, pero no: todo aquí es centro, nada aquí nos mira, múltiples pueden ser los referentes –los cuadros naives haitianos en el caso de las vendedoras de rositas de maíz-, pero el latido es el mismo, es la ciudad arropada de tres nombres que son como tres inmensas sombrillas destartaladas, como techos agujereados, y por eso el deshuesamiento de un vehículo, el semáforo que ampara ventas de frutas.

Jaime Guerra fotografía latidos de tres calles amparadas en tres nombres ombligos-nacionales, donde lo consabido sería el Mercado Modelo, las estructuras que ya no tienen funciones –como los cientos de balcones ciegos en la Mella-, o en su defecto, el barrio chino hace años sacado de la caja de los genios turísticos locales, pero no, claro que no, la eficacia de las imágenes de Jaime Guerra está en el hacer de lo marginal lo centrífugo, recreando la vitalidad de un hacer pero también la dureza del ser. Duarte, Sánchez y Mella han sido descafeinados de la consabida dominicanidad tricolor, etc., etc. Duarte, Sánchez y Mella es local, en el sentido de que, al evocar sus nombres, las flechas de la historia –el tiempo– chocan con el espacio –este viejo centro de Santo Domingo. Sin embargo, el Duarte, Sánchez y Mella por la calidad de la imagen, el tratamiento de los actores y paisajes, es una propuesta zafada del rompecabezas de la habitual fotografía dominicana. Jaime Guerra se ampara en nombres pero revela el ser trans-local que somos, como decir, Benares y Dakar y Cabo Haitiano también están aquí.

Las imágenes nos lanzan a otras coordenadas: maestros, paisajes, referentes, marcos. Jaime Guerra nos devuelve la temperatura real de la ciudad. Tal vez a partir de ahora, Santo Domingo sea más respirable, porque aún bajo los escombros de la dureza, también es posible encontrar sus sombrillas del encanto.

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