Cielo naranja
La palabra “solidaridad”, esa cosa tan extraña

<STRONG>Cielo naranja<BR></STRONG>La palabra “solidaridad”, esa cosa tan extraña

Se encuentran palabras  que golpean por su desuso, lo anticuado de sus efectos, la verdad que conservan a pesar de la distancia.

La palabra «alharaca» es una de ellas. Ya nadie hace «alharacas». Ahora todo es «bulto», «allante», «cuento».

«Solidaridad» también es otra. Ahora que nuestros treinta años de democracia pasan inadvertidos, que pocos recuerdan el 1978 y sus embarcaciones iluminadas y oscuras, recuerdo la manera en que la palabra «solidaridad» era una de las monedas más usuales. Teníamos al Comité «Amigos de Cuba», los de «Solidaridad» con Chile, Nicaragua, los países socialistas, hasta Silvano habría de traer uno «por la reunificación de Corea».

Treinta años después el mundo parece que no necesita de más solidaridad. La democracia representativa ha triunfado en América Latina. Alemania se reunificó, los coreanos siguen en las suyas. Al parecer la palabra «solidaridad» sólo era algo para ejercitarse mirando lo extra-insular. Ser solidarios era estar frente a una pantalla, contemplando como torturados y torturadores asumían sus roles mientras se deseaba algún final feliz.

Las izquierdas fueron los maestros por excelencia en todos estos tejes solidarios. Treinta años después las izquierdas tienen más vigencia en nuestro país que Félix Sánchez en la Isla Saona. Ya no hay conciertos ni conversatorios ni cines fórums ni publicaciones ni voces reclamando esto o lo otro. Veo la lista de los viejos especialistas de la solidaridad y los veo en sus puestos públicos o privados, en sus consultorías o negocios o aulas o escritorios. Reviso la prensa desde 1990 y la palabra «solidaridad» brilla por su ausencia.

La «solidaridad» fue cuestión de comillas. Ahora habría que sacarla de ese letargo. No sé por qué, pero habría que comprender su viejo uso para ver la manera en que podríamos sacarla de aquél espacio donde acumulamos los enseres que al parecer no necesitamos.

Si la «solidaridad» representaba una valla, donde a ambos lados estaban los sufridos y los que no querían ver sufrir, ahora tendría que considerarse como un foco que nos ilumine a todos, que nos haga comprender que aquí no se trata del aquí y del allá, sino el de todos con todos.

En este país dominicano del siglo XXI está predominando el pensamiento conservador. Para el mismo, la «solidaridad» no existe, la «dominicanidad» es un principio de dominación, el darwinismo aconseja que sólo el más fuerte sobrevivirá, y lo «dominicano» contiene un principio de poder.

Para  superar lo babélico de estas interpretaciones y usos de la palabra «solidaridad» y «lo dominicano», tendríamos que reconocer nuestra realidad e instalarnos en su verdad. Aquí lo verdadero es la insularidad, la crisis, la vieja bondad rota por los principios de dominación, en el que las imágenes de prestigio son  lo esencial.

Solidaridad significaría reconocer lo multicultural de lo dominicano, la presencia de lo negro, lo haitiano, las diferencias sociales, el derecho de las minorías –físicas, sexuales, sociales-, la comprensión de que una sociedad no tiene que implicar una tabula rasa y que lo inevitable es la variedad.

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