Cielo naranja
La patria en la garganta

<STRONG>Cielo naranja<BR></STRONG>La patria en la garganta

A veces se tienen muchas palabras en la garganta. Palabras que sangran y palabras retenidas, palabras que logran filtrarse como pedazos de muñecas de plástico en el malecón de Santo Domingo.

También hay conceptos. Antes existían conceptos claros. El millonario era  quien tenía millones. Si se tenía, lógica cartesiana y tal vez kantiana, se disfrutaba.

En el país dominicano los nuevos millonarios de los gobiernos son más miserables que nunca. Los políticos millonarios sólo rompen sus conceptos de ahorro cada cuatro años, cuando las perspectivas de nuevos y más millones compensan tanta masa y sudor y caravaneo y abrazos en manga corta.

¿No son suficientes diez o ciento cincuenta y nueve millones para vivir en el país dominicano? ¿Dónde están los viejos principios? ¿Hubo “viejos principios”? ¿Y los viejos robles?

Ahora que se cumplen cincuenta años de la muerte de Trujillo, la palabra “luchadores” regresa: antitrujillistas, catorcistas, constitucionalistas, antibalagueristas, foquistas, todos, mansos y cimarrones, reciben sus diplomas y homenajes correspondientes, pero entonces vuelvo a Brecht: ¿quién lucha “toda la vida”? ¿Fue suficiente matar a Trujillo? ¿Estar con Manolo o Caamaño?

Los luchadores tienen su Disney particular: el Museo de la Resistencia. Los luchadores tienen sus días, que arrancan con el 12 de enero y tal vez concluyen con el 25 de noviembre, pero, ¿y las luchas del presente, qué día tienen?

¿Tiene más sentido hablar de Trujillo que pensar en los mil millones de pesos que costó el parqueo de la UASD? ¿Me puede alguien hablar del valor de Duarte y los trinitarios  y obviar el Liceo Hostos, en Arenoso, San Francisco de Macorís, donde los niños están más desprotegidos que si estuvieran en un mercado de víveres? ¿Celebramos el libro cuando no hay bibliotecas en Santo Domingo?

En otra ocasión he escrito sobre la maestría que exhibe el dominicano en el arte del autodesprecio y la vergüenza. Nos avergüenza mencionar nombres como Las Matas de Farfán y Jima Arriba o Canca La Rana, pero nos sale la salivita de la boca si hablamos del downtown y la última vez que te ví en Cuatro Caminos. Preferimos hablar de “herencia” y de “Caribe”, pero no tenemos aún un registro consistente –teórico y sonoro- de nuestras expresiones musicales, mientras que dejamos de desmantelar zonas significativas de nuestras casas y ciudades, al son de que quien no grita no mama y si borramos el edificio con esos inmensos letreros, no importa, esa es la ley del mercado.

Hablar de dominicanidad es sacar los machetes de Santana y Mella y detener a los millones de haitianos que algún día te morderán el brazo, según nuestros preclaros compatriotas,  ¿pero no es parte de la dominicanidad la ciudad? ¿Detiene alguien esa especulación inmobiliaria que convierte en ruinas y solares zonas tan sensibles de la Ciudad Colonial? ¿Dónde está la patria? ¿Dónde es que puedo ejercer la democracia, ser ciudadano, participar de una historia?

Así vivimos: entre millonarios sedientos de más millones en medio de la indigencia espiritual y la inflación de los conceptos, con siete palabras que sólo suenan en Semana Santa, con luchadores que ya se limpiaron las manos, a muchos de los cuales le temblaría el pulso si ahora tuviesen que despojarse de unos chelitos, devolviéndole al pueblo lo que es del pueblo.

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