CIELO NARANJA
Las nuevas máquinas de moler carne

<STRONG>CIELO NARANJA<BR></STRONG>Las nuevas máquinas de moler carne

Momentos intensos: el boxeador que tira la toalla, el anciano bajando del escenario, la paciencia de recoger los cables, las cajas de rositas de maíz en los cines tiradas en el cesto, álbumes de fotos siempre incompletos.

Todos se han ido. La cortina, la puerta, las manos ahora buscando alguna llave en el bolsillo, todo son utensilios, neblinas de lo que en cierto instante fue ese frío airecillo que despiden las ventanas que se cierran.

Busco nombres sonoros para amparar esta desolación, pero a veces las citas son como estatuas convertidas en columnas: quieren sostener pero en verdad sólo mostrar conocimiento, inteligencia, en una palabra: lo invertido que ahora debe multiplicar sus créditos.

Escribo en medio de una inmensa habitación en blanco. Al fondo están las yipetas, los micrófonos, una jauría de fotógrafos esperando para clickear los egos, sus sonrisas de triunfo.

¡Oh las yipetas!

Cuando las veo pienso en toda la inteligencia desplegada por los señores Diesel, en tantos estudiosos tanteando por asientos cómodos, espejos retrovisores potentes, cigüeñales más potentes aún.

Cuando veo esas rugientes yipetas me pregunto los sudores sobre los que se sustentan esos miles de caballos de fuerza, la buena y la mala fe desplegada para su agenciamiento, los dolores y pesares so  bre los que se encienden ahora esas bujías tan poderosas.

Uno quisiera hacerle la Verónica, como si fuera el toro más toro de la Plaza de Toros de Venta, pero no puede, porque son tantas, tan consabidas a la hora del éxito, de la fuerza, el respeto, el amor, y tantos otros frutos del espíritu que ningún Evangelista pudo haber imaginado.

En Santo Domingo lo más importante es triunfar. A pesar de 500 años de cristianismo, y de más sectas que puestos de comida china y de más creyentes que gente pobre, el proceso de deshumanización raya ya en los huesos. Para alcanzar ese éxito –léase, dinero, reconocimiento- hay que hacer lo que sea. No hay prédica cristiana que valga. Parece haber un tiempo límite para sacar lo que sea de la caja. Limitado el tiempo, el resto es aceitar la máquina, triturar personas, tirarse a la pista como un gallito peleador cuando en el fondo alguien sólo quería ser una persona con sus derechos en la cabeza, con su autoestima bien clara.

Grises que son estados momentos. Demasiados objetos y funciones y facilidades de pago y también miserias internas y morales más que dobles y ese sálvase quién pueda y mientras tanto tu cuello es mío y no te muevas que te voy a partir. Cada vez hay más objetos: celulares, yipetas, BB. Cada vez estás más cerca, más instantáneo como un Alka Seltzer, más centrado en esa cartografía de la nada. También cada vez estás en reunión, llame luego, eso lo veremos, eso no está bien.

Hay un estado de excepción para el alma, un asedio a lo que uno entiende vivir en la verdad con el otro y consigo mismo. ¿Pero, hasta dónde puede ir uno con sus verdades en el país dominicano?

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