CIELO NARANJA
Leer a Whitman entre  el  Polígono y el Monumento

CIELO NARANJA<BR>Leer a Whitman entre  el  Polígono y el Monumento

Siempre que puedo vuelvo a Whitman.  Es como desintoxicarte. En tiempos en que lo menos que quisieras sería enfrentarte a las palabras, el autor del “Canto a mí mismo” tiene esa rara virtud de los abrazos o el vaso de agua fresca.

Hay autores que te acompañan en todos los recovecos de los huesos, pero un día sientes que Rimbaud, Vallejo, Pizarnik, están tan dentro que ya no puedes más. Con el autor de “Una temporada en el infierno” advertirás que el paisaje es muy intenso y tu levedad no será suficiente. Con César Vallejo todos tus dolores siempre estarán juntos. La esquina próxima será como lanzar dados, cualquier noticia del terruño podrá ser una pared descampanándose en medio de todos los relojes oxidados. Para quedarse en las esferas de “Poemas humanos”, o “Trilce” atravesarás por más camino que Kavafis y su Ithaka, dejarás montones de pañuelos en los muelles y quién sabe si al final serás redimido. Si la opción es Alexandra Pizarnik, que le pregunten a los fantasmas que no atravesaron noches de luna nueva porque de repente todos los cafés del mundo se habrán congelado ante unas palabras finales que nunca decidieron el juego.

La lista de poetas podrán subir y bajar como la marea. Pero con Whitman están todos. Están sus introductores, como Rubén Darío y José Martí. Vendrán luego sus traductores y estudiosos, como León Felipe, Neruda o Borges. Al fin, tendremos a sus grandes lectores, como Pedro Mir y Juan Sánchez Lamouth, para sólo mencionar a los locales.

Walt Whitman es una constelación. Descubrió, construyó y mantuvo lo más valioso: su yo nutricio. Mientras los clásicos del misticismo y del romanticismo inglés miraban lo inefable o al pasado, él se decidió por esos largos inventarios de gestos, siluetas e imaginarios de la nueva vida urbana, esa que se acompasaba por la fuerza del vapor y que pocos años antes había llegado a ser considerada como una especie de “cultura de las hormigas” por el genio de Domingo Faustino Sarmiento.

Tensando esa línea entre la placidez rural de New Jersey y la marcha incesante del Bowery, el autor de “Hojas de hierba” cultivó un único tronco con miles de imágenes y pliegues donde hombre y paisaje congeniaban en esa búsqueda de armonía en el crecimiento. Sin alharacas confesionales, Whitman recuperaba tanto al “Walden” de sus días como a lecturas que tal vez no hizo con la dedicación suficiente y que con seguridad que ni tanta falta le hicieron. Pienso en el “Tao Te King” o en los textos de Confucio, como también podrían ser algunos pasajes de Meister Erckhard o los hai kais del clasicismo nipón.

Desarropado, ligero, la atención de Whitman recupera la silueta de lo más simple, tierno y anónimo. Es la emoción ante acciones nimias, detalles poco aclarados por las grandes fotos, gestos no encajables dentro de las telarañas de un pensamiento que al final tendrá que aterrizar donde todos aterrizan, porque la poesía que vale será aquella que eleva, dignifica, congrega, la que te tira el ancla cuando pensabas que todos se habían largado. Walt estará contigo.

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Espacio: Pensamiento: Caribe: Dominicano

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