Cielo naranja
Lo que suena en mi Ipod

<STRONG>Cielo naranja<BR></STRONG>Lo que suena en mi Ipod

Pensar subir en la línea 8, en la estación Rosenthaler Platz, exige algún soundtrack montenegrino, delinear un café bien cargado delante de la ventana, ajustar los auriculares con un bass adecuado a tus latidos, a tus propuestas de tarde-noche, a lo que arrastrarás contigo por esas quince estaciones, hasta subir en la línea cinco dirección Puerta de Clinangcourt y sumergirte nuevamente, nuevamente dejar esa onda chill-out, ese minimalismo islandés, la cuerda que es verlos comiendo sushi y hablando con alguna tía en la Provenza, tener que caer de nuevo en la línea que va al norte, antes del Ganges, después de tantos controles con estos bengalíes tan densos y plomizos, como si todo fuera aquí esa pesadez del color verde, la porosidad de tantos altares, esos hoyos por donde te vas y estás nuevamente sumergido en una guagua apestada de obreros en Usti Nad Labem, y nuevamente el tema Slumdog millionaire  que pusiste, el último, ese almibarado Bollywood que después de todo tiene sus encantos, también el tema de La Reine Margot, Goran Bregovic, tranquilón, como un vaso de agua bien fría en Playa Caribe, como un jugo de fresa en aquella discoteca de Constanza donde al final no hicimos nada, salvo ver a los japoneses bailando merengue, como aquellos drinks que Jaime Guerra capturaba en las noches de Ocho Puertas con Juan Dicent y Angel y Maurice al fondo, y también Milton, que Milton como Manuel Moreta nunca faltan en esta ecuación de Zona Colonial, café entre 7 y 11, búsqueda por aquí y el tema de Colin Hay, el ex de Men At Work, que nunca me deja, su Overkill, su Mama is a beautiful world que es como un himno al final de los meses más duros, de los bizcochos con más lágrimas del mundo, para luego volver a estos eternamente griegos de la existencia, al zoom politikom, a los Arquitectos de Helsinki que me salen después de pasar por la línea que va por la Puerta de Orleans, aunque tampoco trato de evitarlos, sí, el remixed de We Died, esa sensación de estar comiendo cankiñas de neón, esos puñales de calor que se meten por la ventana en el kilómetro nuevo camino a Jarabacoa, todo se pone más exótico de la cuenta porque las chicas terremoto no están en la Lincoln ni están doblando por el malecón ni está en Ventas ni en Mar de Lágrimas ni se toparán con el primo de Jimmy en Cuatro Caminos ni con la hija de Clara Báez en Montpellier ni con la última canción de Joni Mitchell que oyera con Tania camino a Sans Souci o a meter los pies en el agua, es lo mismo, también es lo mismo Anthony and the Johnson con “I fell in love with a dead boy” y todas las noches de rechinares que proclama, todos los gatos sorprendiéndose y todas tus ganas de darle unas patadas a esos gatos más feos que yo, oh sí, los gatos más feos que yo, como la canción de Pélaez, todos esos que te zumban pero con quienes siempre tendrás o querrás vivir, porque cómo asumir esta línea dirección Fuencarral que no sea con la sensación de gatos en el techo, cómo tomar un café sin un poema de Vallejo sosteniendo la taza, cómo dejar detrás esa rica en Connaugh Place si es que no he acabado con What the World Needs Now Is Love, sí, por favor, tal vez el lector me puede ayudar y por favor, mejor si es antes de que se le acaben las pilas a este i-pod.

Publicaciones Relacionadas

Más leídas