Cielo naranja
Los cronistas de arte son una epidemia

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Son la nueva conciencia de la nación, los que deciden qué, cómo, cuándo, los mandarines ante los que hay que rendirse porque ellos tienen los reconocimientos, los diplomas, los premios, el mismísimo despegue a la gloria o el despeñarse en algo más profundo que el Hoyo de Chulín.

Se les ve en todos los canales de televisión, emisoras de radio, o degustando unos camaroncitos en Villa Juana o saludándote con la mano engrasada mientras la bandeja con los suchis de ñame ya han dado ocho vueltas a la recepción.

No han estudiado arte pero son cronistas de arte. La crónica que llevan está muy apretada: que si la corbata combinaba con los zapatos, si en verdad él o ellos estarán sonando en Los limones de La Vega, de si los rumores aquellos serán verdad, de si Wilfrido ya no se preocupa tanto del pelo, Dios mío, Sergio, ¿por qué me has abandonado?

Son los cronistas de arte, raudos, bobalicones, risueños, como las primas que siempre llegarán tarde al cumpleaños porque en la bomba no había hielo.

Son los que nos permiten comprender mejor los arcanos del universo, penetrar por las dimensiones vedadas a Einstein, los misterios de Juan Luis, los secretos del Luis Miguel del Amargue, las bóvedas secretas de merengue-callejero ahora con una yipeta más resplandeciente que los dientes de un ruso de principios de siglo XX. Los cronistas de arte son verdaderas estrellas del horizonte dominicano, oh inefable Osvaldo Cepeda y Cepeda, quién te viera, quién te viera, más arriba.

Los cronistas son maestros  de la tranquilidad a la hora de explicar el concierto aquél,   la manera de conducirse en la zona VIP. No se preocupan por la teoría del signo de Meschonic para pesar de Diógenes, ni  leerán a Borges, para tristeza de Plinio. Eso sí, estarán bien displicentes a la hora de los saludos, las confesiones de secretos,  el no tener que disputarse una fotico en los ritmos sociales porque a veces uno no se puede sacrificar tanto, una invitación a cualquier chivito liniero, el éxtasis que es poder caminar con ellos y sentirse mirados y admirados en tan incólumes momentos, oh maestro Cepeda, qué bien que te quedan los lauros y el kepis.

Nuestros cronistas son gente bien tranquila. Entre Og Mandino y Dale Carnagie todo se puede. Sí, sí, de Guillo Pérez y de Bidó todo se sabe. ¿Qué el maestro Papa Molina? Claro, claro, todo una gloria. ¿Coello, Allende? Sí, sí, obligatorios. ¿Qué quién para el Casandra? No, no, no todo se puede saber, todo tiene su tipo, oh pequeño Saltamontes. Confieso mi pasión por estar cerca de los cronistas de arte, sí, de farándula no, que eso es otra cosa.  Una vez pensaba que eran como una epidemia, pero ahora no sé. Ahora no sé qué pensar. Es más: ahora ni siquiera hay que pensar. Gracias.

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