CIELO NARANJA
Los encantos de la vía contraria

<STRONG>CIELO NARANJA<BR></STRONG>Los encantos de la vía contraria

La montaña de libros, nombres, rostros, bombos, autobombos, premios, es cada vez mayor y la sustancia, la buena onda, la buena vibración, lo que gratifica como un vaso de agua después del locrio es cada vez menor. Era de egos disparados, inquietos, más que inquietos es esta. Cada quien se merece huracanes de aplausos, estruendosas felicitaciones. Al final todo es lo mismo: la almohada, el baño a la derecha, el cepillo de dientes, el espejo que nunca miente, la conciencia a la que difícilmente engañarás a pesar de tu buen corte de pelo.

Volver a Santo Domingo es meterte en una selva de muñecos de plásticos. Tantos premios de todo en una yipeta, tanta ostentación aunque la maraca haya perdido sus granos, tanta “don” con negro eterno y “doña” inseparable de su vinito y devolviendo infinidad de llamadas mientras Vivaldi suena al fondo.

Vas al concierto no importa de qué y la gente tiene que estar mandando sus cosas por gmail, te dejas caer por cualquier cafetería y la pregunta sonante como un gong tibetano es que cuándo viniste y que cuándo te vas y que si los salamis te están aprovechando. Paseas y es como si estuvieras buscando al soldado Ryan. Ciudad de escombros, donde ya no queda casi nada de Guillermo González ni de Osvaldo Báez y donde los viejos galeones como el Edificio Cerame o el Edificio Diez son como barcazas varadas en no se sabe qué máquina de óxido. En ambos extremos de la Calle El Conde, las ruinas como estacas en tus recuerdos, inmensos cascarones de huevos, los viajeros pagando sus tributos, y lo peor, que ni siquiera queda el consuelo de toparse con el Maestro José Cestero y sus judíos errantes y sus historias de Cher y sus amantes yugoeslavas.

La ciudad es un gran campo de batalla entre tus fantasmas que insisten en albergarse en algún hueco de neurona y la realidad de aquellas “calles como mares” de las que hablaba Asturias en “El señor Presidente”.

Sales y al menos está el mar. Tienes que mirar con un solo ojo el malecón, porque si las visiones están completas, tú estarás como virado, atravesado por esos caminos que llevan a Haina o a la nada, que es lo mismo, y ese mar que es la verdadera fuerza de Santo Domingo, lo que siempre está, la confirmación de a veces hay consuelo e inmensos abrazos que te esperan para salpicarte.

También el sudor compensa. Las hojas estallan. La sal redime. Nada como volver a los viejos libros, comerse su helado de coco, bajar por la 30 de marzo, a pesar de las balaceras constantes, recitar no sabiendo por qué hare krsna hare krsna cuando doblas por alguna calle de Los Mina, disfrutando los arabescos de la marchante gritando sus  plátanos, del Cristo de los cajuiles con una mirada limpia, porque todavía quedan almas puras, esforzadas, cada vez menos, pero todavía quedan, sí, a pesar de las yipetas que casi los matan, del jonrón que saltó la verja y que por poco te lleva la cabeza.

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