CIELO NARANJA
Los nuevos evangélicos y los frutos del espíritu

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Por Miguel Mena
Hay nuevas costumbres  como el usar celular aunque no se hable con nadie o el gesticular con seriedad a la hora de buscar un préstamo. Dios, Jesucristo, la mismísima Virgen, están de moda. No pasa día sin que nuestros artistas, hombres preclaros, gente de triunfo o en proceso, le den gracias al Divino por sus logros, a Tatica por sus triunfos, a tal ángel porque estuvo ahí a la hora oportuna. En el Casandra se habla más de Dios que en la misma Semana Santa.

La gente de triunfo está hablando de Dios. ¡Al fin! Estamos frente de los nuevos evangélicos. Antes de buscar las pantuflas o las chancletas, antes de mirarse al espejo y ver que la pasta de dientes está en su puesto aunque el cepillo podría tener pilas flojas, le darán gracias al mismísimo Señor,, y con seguridad hablarían en lenguas arameas si es que hubiese necesidad.

Los nuevos Evangélicos oyen música Nueva Evangélica y dan testimonio de su salvación y antes de recibir la estatuilla darán gracias al Divino.

La pregunta después de toda esta parafernalia es la posibilidad de que durante todas estas alabanzas la Biblia pueda ser guía de todo lo que seguirá. La segunda pregunta es de si tanta vinculación directa entre triunfo, salvación y evangelicismo, no estará reduciendo el real mensaje cristiano a pura rutina. Se impone una nueva exégesis del concepto “triunfo” o “éxito”.

Hay un versículo que siempre me gustó pensar, en aquellos años –de mis 10 a mis 13-, en que yo fui un aguerrido miembro de la Iglesia Pentecostal, cuando a veces dividía mi tiempo en dulces horas con los reverendos Horacio Vicioso Santil y Braulio Portes. Pienso en Gálatas 5: 22 y 23, donde se habla de los nueve frutos del espíritu, fundamento de toda vida espiritual:

Amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre y templanza, sobre los que se nos asegura,  “contra tales cosas no hay ley”.

Convertir a Cristo en miembro de la farándula, en contraseña para acceder a determinadas sociedades, es desnaturalizar un mensaje fundamentado en la solidaridad, el despojamiento y el amor.

Hay un concepto que se lo debemos a Max Weber y que valdría la pena recordar en esta hora donde se habla mucho de Cristo como figura pero no como encarnación de los mejores valores de convivencia social: el de la rutinización. ¿Se está haciendo una rutina el confesar los nuevos evangelios, el darle gracias a Dios por el dinero y el bienestar que se tiene, sin compartir los mismos con aquellos menos aventajados?  Me gustaría responder esta y muchísimas otras preguntas pero las 500 palabras de mi columna se agotan. De estas 500, sólo me gustaría retener aquellas nueve del libro de Gálatas, tan sentidas y al mismo tiempo descuidadas.

El Nuevo Evangelio debería vivirse en lo más íntimo, en la conciencia, en el corazón, y no sólo en sus proclamas.

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