Cielo naranja
Los responsables de la Ciudad Colonial

<STRONG>Cielo naranja<BR></STRONG>Los responsables de la Ciudad Colonial

Desde 1967 la Ciudad Colonial de Santo Domingo ha sido sometida a un intenso proceso de restauración e intervención. A pesar del alcance de tal proceso, de constatar lo que una vez fuimos y de ver el resultado de semejantes políticas y acciones, por lo visto cuarenta años no son suficientes.

La Ciudad Colonial se hace y se deshace. Lo visible: que tales programas y acciones estuvieron  en manos de arquitectos. Lo real: que lo realizado borró de un sopetón cien años de historia, siendo la eliminación de los balcones de la Atarazana, Las Damas y la Isabel la Católica lo más visible. A ello se le agregaría una larga lista, que podría ir desde la destrucción del Parque Independencia, la borradura del Palacio de Correos, continuar con la privatización del espacio público (calle Pellerano Alfau), y concluir con el arrasamiento de los árboles en el patio de la Casa de Bastidas.

Lo que en otros lugares podría constituirse en escándalo, entre nosotros pasa como una obra de “modernización”. Se escriben las historias de la ciudad y la arquitectura, y tales acciones se cuentan con la misma tranquilidad con la que valora el gótico isabelino de la Catedral o el plateresco  en la puerta de San Diego. Semejante hecho es comprensible: los que rehicieron el Santo Domingo colonial fueron al mismo tiempo los teóricos, los profesores, las voces dominantes en la prensa, los actos sociales y el “sentido común”. 

Más que juzgar, en el sentido jurídico, se debería proceder a un pensar los alcances de semejantes intervenciones. Lo primero sería asumir la ciudad con un espacio que exige un saber multidisciplinario, sacarlo de la mesa exclusiva de los arquitectos, los ingenieros y los políticos, y ante todo, de esa racionalidad tan “tropical” de las autoridades edilicias, las más de las veces más preocupadas por su propio pecunio que por el bienestar urbano.

Para la Academia la ciudad pende de sus segmentos o extremos: o mucho H. Lefebvre (la ciudad como espacio de la lucha de clases) o un exceso de Le Corbussier (la modernidad desgajada de sus habitantes y su pasado). Mientras tanto, estamos en pleno siglo XXI. ¿Pero es verdad que ya estamos dentro? ¿De qué siglo XXI hablamos? ¿De cuáles sueños de racionalidad, orden y consenso?

Han pasado cuarenta años de intervenciones en la Ciudad Colonial. El balance no es muy gratificante: la emigración de la población ha sido intensa, la especulación inmobiliaria ha convertido la zona en una extraña combinación de desiertos burocráticos y eclesiásticos, espacio de hiperconsumo y pantalla de la supuesta clasicidad que alguna vez tuvimos.

Los hacedores de esta ciudad se autohomenajean con tarjas y gárgolas, el espacio colapsa con estatuas, lámparas y rejas, mientras las palomas siguen siendo las ratas del aire en la zona del Parque Colón.

La cuestión no es traer “negatividad” en el discurso. Que se pueda comprender, al fin, que la ciudad requiere también un pensamiento crítico. Cuarenta años son suficientes. Después de todo, esta es la ciudad que tenemos, vivimos y desvivimos.

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