Cielo Naranja
Luis Terror Días, “El merengue de Chicha”

<STRONG>Cielo Naranja<BR></STRONG>Luis Terror Días, “El merengue de Chicha”

Había que buscarlo en su colmado, que se había convertido en algo así como su templo, su centro terapéutico, su salón de despachar. En una de esas visitas, en el 2006, Luis Terror Días me pasó un par de cuadernos, uno de ellos ya diagramado y titulado “El merengue de Chicha –cuentos y poemas”. Aunque mínima, la obra no dejaba de ser significativa: dos cuentos, uno de ellos escrito para aquél libro que todavía se lleva en el alma, “Luis Días ¡échale gas”, más la poesía recuperada de “Tránsito entre guácaras”

La idea del Terror era que se lo registrase en Alemania, debido a los abusos ya habituales en torno al manejo de su obra.

En esos días estaba metido en el lío del “moche” que Shakira le había dado a “Baila en la calle”, razón por la que “había contratado al abogado de Bob Dylan,  porque ella tiene que darme lo mío”.

Con el tiempo el texto se convirtió en una de esas piedras con las que tropiezas y vuelves y vuelves al cosmos del “hippie de Bonao”.

Hacía años que había publicado un texto en torno a su posición en la literatura dominicana.

¿Cómo era posible que todavía le regateásemos cualidades, a él, que se convirtió en el gran bardo de la modernidad?

El problema de Luis era que lo suyo era esencialmente el canto, y muchos suponían que un libro suyo debía ser un cancionero.

“El merengue de Chicha” se convirtió en la síntesis de una producción, que si bien limitada en cuanto al número de páginas, resultó bastante intensa en su decir.

Con su lenguaje bíblico y un tono que reciclaba los giros del siglo XVI, el de los cronistas de Indias, Luis labraba el acontecer de lo taíno en el imaginario nacional, revistiéndole de una suerte de padres sagrados.

A la naturaleza insular se le concedió un principio de magia, fuera. Ahí estaban Mana y Cacibajagua, Macocael y Deminán Caracaracol, y de paso, como en un toque postmoderno, Luis dejó filtrar la figura del Mikimau.

Junto a estos textos encontramos su también breve producción en idioma inglés.

En aquellos duros años ochenta, cuando tuvo que coger de todo en la urbe newyorkina, escribió uno de los textos más consistentes de la nueva condición “postdominicana”, “Native reservation”.

La condición de la esclavitud no sólo era física, sino también mental.

Sobre lo insular pesaba un acontecer interno autoritario, donde los viejos mitemas de la represión trujillista se habían legitimado en cierto sentido común.

Para Luis Días, la sociedad dominicana nunca dejó de estar marcada por el signo de la “Era de Trujillo”.

“El merengue de Chicha” ahora sale, tal vez muy tardíamente. Pensábamos ponerla a circular en su colmado, entre la algarabía de siempre, celebrando la llaneza y lo incisivo, la ternura y la imposibilidad de matar todas las moscas, lo siempre ahí y aquí que representó “ese espíritu” de alguien que se hizo llamar “El terror” como homenaje a unos mosquitos “que puyaban muchísimo”.

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