Cielo naranja
Necesitamos apoyo para investigación y creación

<STRONG>Cielo naranja<BR></STRONG>Necesitamos apoyo para investigación y creación

Los concursos tienen  su encanto: el dinero, la fama, la inscripción del nombre en algún lugar de la historia.

En los concursos salen ganando los que participan y los que organizan el concurso.

Es bueno motivar la creación, tensar la adrenalina, esperar, desesperar, quejarse, que si yo, que si quién sabe, que tal vez.

La mayoría de los concursos literarios en nuestro país tendrán ganadores predecibles: dime quién es el jurado y te diré quien se alzará con el dinero y el diploma.

Los últimos tres decenios de premios literarios en nuestro país están marcados por un rejuego permanente entre jurados y premiados en los que unos y otros se van intercambiando los roles. El asunto es ya tan vergonzoso porque luego la tendencia de los premiados es a blandir esos premios como verdaderas cabezas de enemigos en los tiempos del circo romano o sino, como escudos condales. Dentro de mis entretenimientos de los últimos años está el predecir quién ganará los concursos nacionales. La racha no está mal: mis amigos saben que de diez predicciones, sólo he fallado en dos. No hay que tener un sombrero de mago ni esperar a que salga el conejo para saber los saltos que vendrán.

Lo primero es saber quién es el jurado, la relación de amistad que los mismos tienen entre sí y con el medio, las tendencias de sus pensamientos o el pensamiento de sus consejeros, las apetencias de todos. Luego, ver quién se ha movido más, a quién se le puede premiar que permita confirmar que el jurado está bien atento a los trabajos, a los amigos, a los cuerpos que irradien simpatía, legitimidad, con lobby o sin ello, pero mejor con ello.

Nacionales, locales, por esto o por lo otro, los premios a veces motivan, pero la mayoría de las veces, pasman. Pienso en mi querida amiga Martha Rivera, la poeta más importante de los 80, ganando un premio de novela en 1995, y esfumándose luego del mundo de la literatura, para pesar de todos los que la queremos y la leemos con pasión.

En los últimos años los premios han alcanzado las costas del delirio. La Secretaría de Cultura se lleva las palmas en este aspecto: hay premios para todos los gustos y colores, incluso uno de un millón de pesos –mucho más que los mismísimos Premios Nacionales- para una sola canción, en su tristemente celebrado Festival de La Voz.

Si tantos premios fuesen acompañados por apoyos a la investigación y a la creación, el asunto no sería tan grave. Sin embargo, ni Cultura ni las universidades dominicanas, por lo menos en el área humanística, ofrecen ningún apoyo consistente a la investigación social, mucho menos a la creación. Hay que esperar a los departamentos de las universidades norteamericanas o de Rita de Maeseneer para que sepamos del valor de Martha Rivera, Rita Hernández o Aurora Arias, para sólo mencionar a nuestras tres autoras jóvenes más destacadas.

Después de todo, los concursos tienen sus encantos: el autor podrá comprarse su laptop o pasar al parnaso. No está tan mal.

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