CIELO NARANJA
Nuestra postmodernidad literaria

<STRONG>CIELO NARANJA<BR></STRONG>Nuestra postmodernidad literaria

Todo lo “post” parece summa, conclusión, cima, muro. Desde “El crepúsculo de los dioses” de Nietzsche y “El grito” de Munch, todo el ser social se ha desenvuelto en medio de fragilidades, medianías e imágenes esperando al fondo de un espejo. Aunque sean muchos los búhos de Minerva enfrascados en la delimitación del concepto, para el caso local bastan algunos nombres del arte y la literatura, que no nombraré en estas escasas líneas, salvo en el nombre mayor: René del Risco Bermúdez.

Decir “postmodernidad” dominicana es cartografiar un pasado, un conjunto de sujetos y discursos. El genio del autor de “El viento frío” vio muchas cosas en ese segundo lustro de los años 60: los sueños idos a pique de su generación, la inutilidad de forzar un nuevo sentido de comunidad superior al vivido durante la Guerra de Abril del 1965, la consolidación del cuerpo y sus placeres como la última realidad del ser. En ese tiempo realizó una densa y brevísima obra literaria, siempre a contracorriente de su misma generación. Sus narraciones y poesía se tejieron al compás de la historia: desde aquél San Pedro de Macorís venido a menos bajo el trujillato de los años 30, hasta el mundo que tocaba techo con la llegada la luna.

Muerto René en 1972, resignado Miguel Alfonseca a colgar los hábitos literarios por la misma época, tuvimos que esperar cerca de dos decenios para que las aguas frescas volvieran a empujar el barco de la modernidad dominicana. Entiéndase: durante los 70 y los 80 no encontramos una narrativa ni una poesía que superara en intensidad y trabajo de la lengua la escrita por del Risco y Alfonseca, salvo en un par de contadísimos autores.

Desaparecidos aquellos autores cuando apenas alboreaban los 35 años, las generaciones subsiguientes se movieron dentro de un gran spagat: con un pie se tocaba lo más frondoso del realismo socialista, esperando que Caamaño apareciera por alguna parte, y por el otro lado –pienso en la denominada “poética del pensar”-, se reciclaban las fulguraciones borgesianas como si después del célebre no vidente de la Floridita hubiesen caído las plagas sobre Egipto.

En los años cero del siglo XXI el panorama vuelve a recomponerse.

Surgen autores dispuestos a tensar la lengua y las imágenes, a enfrentarse lúcidamente a sí mismos, con oscuros y visibles objetos del deseo, alternativamente.

Parece ser que en la literatura dominicana lo subrayable sólo se da cada veinte o treinta años: después de Pérez, Ureña y Deligne en los últimos dos decenios del siglo XIX, hay que esperar hasta los veinte, con Vigil Díaz a la cabeza; tras los logros de la Poesía Sorprendida y los Independientes en los cuarenta, serán los sesenta los años mayor gloria literaria del siglo XX.

Tanto del Risco como Alfonseca situaron y cuestionaron los márgenes donde el poder se ejerce, sus dispositivos locales, valorando la memoria como un mapa hacia otra tierra. Aunque vivieron en un país carente de un proyecto de modernización nacional, ellos supieron instalarse en un pensamiento que visto desde una óptica caribeña y latinoamericana, asombrosamente es postmoderno.

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