Uno de mis grandes placeres es ir al Centro Cuesta Nacional de la 27 de Febrero con Lincoln. Mis tantos años en el Bulevar de la 27 de Febrero me llevaron a hacer de esa zona céntrica el espacio no solo de mi trabajo sino de esparcimiento y recreación.
Salir de la oficina al atardecer a leer libros no comprados y a comprar algunos que quizás no he leído, con un capuccino en mi mesa era uno de mis formas de mimarme favorita.
Eso me llevó de un lugar a otro. Pasaba de la librería a Casa Cuesta y de ahí al Nacional y si algo había que arreglar la ferretería estaba a mano. Me convertí en parte del paisaje de ese espacio. Mis presencias y lecturas o maestrías de ceremonias en las actividades que organiza Verónica Sención -con quien comparto tres pasiones humanas: Pedro Mir, Juan Bosch y Silvano Lora. Homenajes, lecturas, conversaciones y poemas con una copita de vino al final, inolvidables. Como los tiempos cambias y las rutas y los horarios, ahora no voy todas las tardes, sino de necesidad en necesidad, de un libro, de esparcimiento espiritual o de algo para la casa de lujo o para remediar uno de los tantos entuertos que día a día nos presentan las casas.
Sin embargo, descubrir tantas copas desiguales en una reunión improvisada, me llevó a Casa Cuesta y allí me quedé primero sorprendida y luego maravillada de entrar a un lugar donde tengan a disposición del público varias pantallas en las que pueden verse esos documentales maravillosos de pueblos tan lejanos en kilómetros y tan cercanos en costumbres gustos y comportamiento, como Barahona y Pedernales.
Duré unos quince o veinte minutos embobada por las imágenes del Sur, las costumbristas, las marinas, la arquitectura, la gente, la flora, la fauna, todo junto desbordando belleza, autenticidad y llamando la atención tanto con lo que uno ve como con lo que se escucha de fondo.
Ese día me sentí feliz de tener una empresa como Centro Cuesta Nacional que haya tomado como responsabilidad social esta causa.
Mucho más porque tengo tantos años gastando allá mi dinero que siento como si yo también fuera parte del proyecto.
Orgullo de mi tierra no es solo los documentales y los libros que se pueden comprar en todos sus establecimientos. Es también una vajilla preciosa para la mesa dominicana, pero es también un programa de conferencias, una guía turística y, esta vez, a lo alcanzado antes se une el hecho de que los dominicanos que no viven en el país podrán disfrutar un poco de lo mucho que durante todo el año estará ocurriendo en universidades, en esos pueblos y en CCN.
No sólo los habitantes del Sur son beneficiarios de esta preocupación, por eso me ocupo de alabarla.