Cielo Naranja
Partir, como Kafka

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Sobre sus cinco letras descansa una de estas puertas: Kafka. Si andas en vía contraria –la mejor manera de caminar-, tendrás que llevar contigo algo de ese enmarañado paisaje de buitres, Poseidones, sirenas, Prometeos, Sanchos, para no tener que subir al último y encontrarse con un señor Samsa ya liberado de su hermana, de una Leni poco antes de tomarse un buen café.

En Franz Kafka no hay platos correctos dispuestos para los comensales. Saltar de sus cuentos a su diario, de sus cartas a sus novelas, o recorrer con ojos de los años 20 aquellas zonas por donde se movió –en Praga, Berlín o París-, es como chocar de repente, al fondo, con un Nietzsche de pelo arreglado: la realidad existe en un mundo cada vez más organizado en torno a ejes, mientras en el sujeto las viejas preguntas serán siempre las nuevas preguntas. ¿Qué calidades tienen el habitar, el ser, el desplazarse? ¿A partir de qué valores plantearse los sentidos de lo personal, lo privado, lo público? ¿El eterno retorno de lo mismo? ¿El ocaso de los ídolos, pero, con o sin Dios?

Junto a Kafka hay multitud de rostros reconocibles, imágenes ya cementadas en el sentido común. Están los callejones más que laberínticos de Praga, las cartas de amor al final estrujadas, los tonos ocres o grises matinales, algunas sombras no permitiéndote avanzar.

Dejando a un lado todo este embalaje, sin embargo, es posible acceder a un plano más profundo. Deleuze y Guattari lo denominaron “literatura menor”. Decenios antes, en los 20, Walter Benjamin ya había trazado uno de los discursos fundamentales en torno al autor de “El Proceso”, demostrando que ese paso avasallante de la racionalidad instrumental burocrática no era más que un potenciar esferas mínimas de la cotidianidad. En Kafka los mundos hiperconcentrados se recrean a partir de una fórmula nietzscheana: la inteligencia se demuestra con una carcajada. Lo que a este recetario de Zaratustra se le agrega será la nota de sin-sentido final, como si se pudiese prescindir del Super Hombre, importando sólo ese punto álgido del nudo narrativo.

Ahí encontramos el encanto de sus cuentos o “prosas cortas”: son situaciones. El señor ordena ensillar sus caballos pero nadie sabe –ni siquiera él mismo- para dónde marchará. Poseidón está agobiado por la administración de los mares. El arma de las sirenas es su silencio.

¿Es un mundo al revés el de Kafka o es el nuestro un mundo que de tan hecho ya no contiene ese elemento de sorpresa, aventura y no-final?

El ciudadano moderno es kafkiano en la envoltura pero no en el contenido. Vive dentro de una parafernalia de objetos que no conducen a nada pero se cree parte de un paquete de peces a estribor y a la vista de todos. Aunque aquí no se trata de determinar qué es y qué no es “lo kafkiano”, hay una raya constante en sus haceres literarios: equilibrar la nada posible, tras la puerta, junto a la constancia de que ese límite también tiene su gravedad, aunque no siempre un sentido guiador o iluminador. Entre el cuerpo y el sol: la sombra.

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Espacio: Pensamiento: Caribe: Dominicano

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