CIELO NARANJA
Pensadores exquisitos contra ciudad frágil

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“No somos un país sino un paisaje”, decía con frecuencia Luis Terror Días. Sacando cuenta de los últimos veinte años, tratando de desenliar esta madeja que se llama “postmodernidad dominicana”, se llegaría a la conclusión de que el viejo lema de BANINTER ondea como la bandera que más nos acoge: “Todas las posibilidades”.

La Era BANINTER o la “Era de todas las posibilidades” ha arropado por igual los gobiernos de los tres grandes partidos, haciendo de esos tres colores uno solo. Esta Era es la de la comunicación fácil, la de la obsesión por la rapidez y la demostración de fuerza. El celular, la yipeta y las torres son los tres objetos por excelencia que norman el panorama urbano y la cotidianidad. El incienso, las cartas natales, los gurúes particulares, las iglesias evangélicas, los libros de autoayuda, las figuritas de Budha o Said Bahba o las terapias anti-stress y los consejeros que van desde Sun-Tsu hasta Og Mandino, han sido las puertas abiertas ante el desengaño de los viejos partidos, el descreimiento ante las asociaciones y la respuesta a la violencia y al desorden que nos embarga.

El país que antes pensábamos frágil en realidad descansa sobre arena. Ahora que pensamos los últimos cincuenta años –escudándonos en la celebración del ajusticiamiento de Trujillo- si hay un tipo de constante en nuestra vida social esa es la de la esquicia, el “yo no fui” o el “yo no sé”. Aunque el último medio siglo haya estado zarandeado por crímenes y atropellos, la justicia siempre ha sido ciega, esquiva o tardía. En otros  textos he pensado en esa confabulación de víctimas y victimarios. Ahora quisiera referirme a la ciudad y su memoria, tratando de evaluar el vínculo con el pasado, el concepto de pertenencia a un referente, concluyendo con las  imágenes de modernidad, sostenibilidad y comunidad.

Al pensar en la Ciudad Colonial de Santo Domingo, me pregunto sobre ese desmantelamiento progresivo de sus contenidos centenarios. Desde su fundación en 1968, la Oficina de Patrimonio Cultural fue el organismo a partir del cual se fraguó toda la borradura de la herencia republicana de finales del siglo XIX: de sus balcones, tapiándose ventanas y puertas, imponiendo un modelo ideal de lo que pudimos ser en el siglo XVI sin valorar que entre aquel siglo y el presente habían pasado ya más de trescientos años, como si la historia se debiese borrar de un sopetón. Los desmadres llegaron incluso hasta el último crimen recordable, el de la borradura del jardín de la Casa de Bastidas en tiempos de Hipólito, auspiciado entonces por la Oficina de la Primera Dama. Ahora, cuando se discute puerilmente sobre si tumbar o no los muros de la vieja “Fortaleza Trujillo”, ¿no seguimos alimentando el fuego de las devastaciones?

Curiosamente el muro más oprobioso de la Ciudad Colonial fue justamente levantado por Patrimonio Cultural en los años 70, para separar el sector de la Atarazana con el de la Negreta. El llamado “Muro de la vergüenza” sí que es una invención creadora de una conciencia de gueto en uno de los barrios más antiguos de la Ciudad Colonial. ¿Somos un paisaje con todas las posibilidades?

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