Cielo Naranja
Pequeñas felicidades

<STRONG>Cielo Naranja<BR></STRONG>Pequeñas felicidades

Celebramos los ciclos, el tres, la frecuencia de las nubes, la lluvia, el regreso de las aves, el bizcocho chino que era para Edwin y al final nos lo comimos con la Gabi, los cañonazos aunque estemos durmiendo, los regalos aunque ya tengamos algunas pistas. La alegría es redonda. También el mundo, los deslices de los océanos, el fondo de cualquier canción, las espirales de los barcos que vienen y los aviones que se van.  Redondas eran las iglesias y los coliseos y las bolas para sacar del mismo estadio que también tenía que ser redondo.

Hoy celebramos los primeros latidos de hace quince años, la cesárea aquella, la primera polaroid, las horas que siempre serán interminables en el quirófano, los bizcochos que puntualmente llegarán los 21 de mayo y todo el resto del año y la algarabía de todo lo tierno que habrá tras cada sonrisa que salga desde el alma.

Al pensar en estas “pequeñas alegrías” recupero  las embarcaciones de Herman Hesse y me digo que cualquier tiempo fue eso, otro tiempo, porque cada hoja tiene su aroma, cada jadeo su razón de ser, porque la gravedad le sobrevivirá a la civilización y algún principio de frío nos llevará a los abrazos más tendidos, a la vela más apreciada, a los soplos que uno se preguntará desde cuándo y uno entonces se responderá que desde que la bondad dejó caer su sombra.

Con esas “pequeñas alegrías” en el bolsillo sales a la calle olvidándote de la humanidad hablando por sus celulares, subes por las escaleras haciéndote cero dentro de esas enumeraciones de tendrás que ser esto y hacer luego aquello. En realidad no  buscas nada porque el saber que tú existes ya será el resplandor en el que habrá de sucumbir aquellos viejos desesperos por el cometa Halley, por el autobús que alguna vez nos dejó en Boca Chica, por el refresco rojo que se calentó en la víspera porque te tardabas arreglándote la corbata verde.

Luego regresas y estás ahí, llegando de la escuela con Strawberry Field forever, con Lucy y sus problemas con diamantes, con los exámenes de químicas cada vez más complicados y pucha, la guebá, que no me podré perder el próximo Harry Potter y que este pelo está terrible y mamita, si me dejas con el tiramisú, y que papito, que esto y lo otro.

Los niños serán el jardín que crece cuando duermes, la confabulación de los soldaditos de plomo mientras bajas por la escalera, esto que le da sentido a tus brazos, que agita tu respiración porque hay que llegar pronto a la casa y ver en qué onda estás, la cabra esa, ¡pucha!, la niña que luego estará en alguna costa inglesa extrañando a los papitos, tan jodones que son los papitos, loca por los pancitos de los domingos y su vieja práctica de no querer ir a las pulgas pero sí a los hindúes, con esa pasión por los sofás los sábados por la noche.

Hay bizcocho esta tarde. La flota de doña Ximena estará asaltando las luces.

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