Cielo Naranja
¿Quién saca a Eduardo Logroño de su jacuzzi?

<STRONG>Cielo Naranja<BR></STRONG>¿Quién saca a Eduardo Logroño de su jacuzzi?

Pienso en Eduardo Logroño,  en su pecera de “Sol de Invierno”, en 1982, cuando encontré, en 1975, cuando conocí a Roberto, su hermano, siempre tan querido y ahora en el lugar más puro de los recuerdos.  (También pienso en Ricardo, su otra costilla, a quien conocí no sé cuando y reconocí el otro día, abriendo el garaje de la Bolívar…)

Pienso en sus carros inmensos, en “la fragata” varada en la subidita de la Lincoln con 27, conmigo y con Plinio, en la fragata subiendo y conchando por primera vez y última vez con “Devórame otra vez” a todos los decibeles imaginables y los pasajeros, ay Dios, líbrame, subiendo la 30 de marzo.

Ahí está el Santo Domingo aún no infectado de guachimanes, el murito de Drake’s antes de que Plaza de España lo borrara, en las pulgas de la Atarazana donde Eduardo vendió toda la ropa post matrimonio, en el camino a Boca Chica, buscando al ingeniero Logroño, quien construía aquella carretera hacia Andrés, en aquella imagen casi angelical del Eduardo y su campamento de verano en Jarabacoa, sí, porque nadie con tantos oficios y frases y arrancar para cualquier parte y alegría cayendo como un gofio, y tranquilidad a prueba de Titanics, y palabras tan nerviosas como queriéndolas decir todas, y estudios rarísimos –cine, el comité Albizu Campos, Cobol,

Silvio, Neil Young- y mujeres que con el transcurso de los años devinieron verdaderas hermanas –inevitable pensar en Claudia, en su ternura andina infalible, en Wilma y su paciencia y sus recetas del Mezziogorno haciendo estragos frente a Ximena, Ana María y Argentina, en pleno centro de Berlín.

 

Pienso en Eduardo y su enjambre de amigos, que siempre salen cuando lo llamas, que si Juan Francisco, que si Joromaco o Jochy o la cantante o el enano Nelson, que si todos cabrán en el jacuzzi, que si el Cuchi pasará, que el de Villar sólo vendrá –esta vez con la Semi-, que del Raful sí, que todos irán a un concierto de Roger Waters, que más locos no caben en el barco, que el disco de Chico Trujillo en el Zapata se oye con tanta insistencia como el guayar la nuez moscada en la cocina.

 

Hay gritos de niños zambulliéndose.

Alguien pasa cebráticamente, como deshilachándonos la conversación, la idea que en realidad nunca pudo llegar a una frase puntual porque aquí sólo se trata de que nada conduzca a nada. Eduardo Logroño sigue atado a su pecera mientras el hermano de Aurora seguirá quillado porque la jeva enfrente no caerá. Y eso, ojo, pequeño Alejandro, oh pequeño Saltamontes Eliah, no tiene nada que ver ni con el cuarto camino ni con otros dirección a…  ¿a Roma o a la Romana?

 

Ahí está Eduardo Logroño yendo y viniendo, porque siempre algo se quedará in-between. Ahí está la Bolívar, el patio inmenso, el árbol inmenso, ah, y el jacuzzi, inmenso.

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